ENTRE LAS POTENCIALIDADES Y LA PREPOTENCIA DE LA AGRICULTURA URBANA
Desde un tiempo a esta parte la gente
empieza poco a poco a concienciarse sobre los beneficios de cultivar en
pequeñas cantidades cualquier tipo de especie vegetal comestible, y que con
ello se “potencia” una afición por la horticultura que trasladamos a nuestros
hogares.
Seguramente cuando leáis el siguiente artículo
os daréis cuenta que va encaminado a todos aquellos que desconocen y/o que
pretenden modificar, pervertir o infravalorar (prepotencia) de alguna manera el
medio rural, que esperemos siga estando
siempre más allá de las ciudades y que continúe dándonos de comer. Pues lo que
tenemos en nuestros jardines comunales o maceteros de terraza no es más que un suplemento
a nuestra dieta y una forma de fomentar nuestra sana afición.
Compartimos la reflexión de Nerea y José
Luis porque nos parece muy interesante y de gran actualidad.
Mural en el Teatro Polivalente
Occupato de Bolonia.
Los huertos han adquirido un importante
poder simbólico como metáforas de la creatividad social, de la capacidad
ciudadana para devolver el valor de uso a espacios abandonados, del cuidado de
la naturaleza en la ciudad y de la autonomía ciudadana para construir
alternativas
La sobreexposición mediática de la
agricultura urbana puede despolitizar y limar sus aristas críticas sobre el
modelo urbano y el funcionamiento del sistema agroalimentario o eclipsar
comunicativamente los estratégicos procesos de transformación en el medio
rural.
18/04/2017
Este 17 de abril se ha celebrado a nivel
mundial el día de lucha organizado por La
Vía Campesina , uno de los movimientos sociales del planeta más
numerosos e inspiradores. Este año se ha denunciado especialmente el
acaparamiento de tierras fértiles, también
en nuestra geografía , y reivindicado el acceso a los recursos
estratégicos como agua y semillas. Una realidad y unas problemáticas que desde
la ciudad parecen ajenas y distantes, pero de las cuales depende nuestra
alimentación.
Una indiferencia puesta en cuestión por la
emergencia de los grupos de consumo y especialmente de los huertos urbanos. Hoy
podemos afirmar que la agricultura urbana es una realidad consolidada en
nuestra geografía. Nuestro amigo Goyo Ballesteros lleva años echando las
cuentas y mantiene un censo estadístico que nos permite valorar la evolución
del proceso. Hemos pasado de 7 municipios con huertos urbanos en el año 2000 a
313 a finales de 2015, y de la inexistencia a más de un centenar de huertos
comunitarios de base asociativa que se concentran en las grandes ciudades.
Los huertos han adquirido un
importante poder simbólico como metáforas de la creatividad social, de
la capacidad ciudadana para devolver el valor de uso a espacios abandonados,
del cuidado de la naturaleza en la ciudad y de la autonomía ciudadana para
construir alternativas. Una herramienta para avanzar de forma práctica en
una nueva cultura del territorio que permite intensificar relaciones sociales,
reabrir discusiones sobre los usos del suelo y de las zonas verdes, recuperar
en entornos urbanos la lógica de los comunes o abrir la discusión sobre la
forma en que se van a alimentar las ciudades en el futuro.
El movimiento de la agricultura urbana ha
logrado que muchos ayuntamientos se hayan decidido a regular formas
comunitarias de gestión del espacio público o que se hayan puesto en marcha
políticas públicas de apoyo a los huertos urbanos. Los huertos urbanos
(educativos, comunitarios, sociales, demostrativos…) son más relevantes por la
cantidad de personas que interaccionan con ellos que por la cantidad de gente
que alimentan. Y es desde esta posición que se han convertido en un elemento
imprescindible para la reconstrucción de sistemas alimentarios locales. Una
pieza que ayuda significativamente a armar el puzzle.
No resulta descabellado considerar este
movimiento como uno de los actores que han influido de forma determinante en la
implicación de los gobiernos locales en los debates sobre la soberanía
alimentaria. El dinamismo de la agricultura urbana y de otros colectivos
urbanos preocupados por la alimentación se muestra en fenómenos como la firma
del Pacto de Milán ,
por el que ciudades como Madrid, Barcelona o Valencia se comprometen a
"trabajar para desarrollar sistemas alimentarios sostenibles, inclusivos,
resilientes, seguros y diversificados, para asegurar comida sana y accesible a
todos en un marco de acción basado en los derechos, con el fin de reducir los
desperdicios de alimentos y preservar la biodiversidad y, al mismo tiempo,
mitigar y adaptarse a los efectos de los cambios climáticos". Un
protagonismo sin el cual resultan inexplicables aventuras como la reciente
creación de la Red Europea
de Ciudades por la Agroecología .
Muchas de las personas más implicadas en
impulsar estos procesos desde hace años nos encontramos oscilando entre la
fascinación por los logros alcanzados en tan poco tiempo, como preocupados por
los riesgos de que nuestros discursos y prácticas se vean pervertidos,
malinterpretados o banalizados. La sobreexposición mediática de la agricultura
urbana puede despolitizar y limar sus aristas críticas sobre el modelo urbano y
el funcionamiento del sistema agroalimentario o eclipsar comunicativamente los
estratégicos procesos de transformación en el medio rural.
Otro riesgo es que la visibilidad y
actualidad de estos procesos ha facilitado la aparición de peligrosos discursos
académicos y empresariales, atraídos las oportunidades que ofrece el fenómeno.
Uno de los más delicados sería el de las granjas verticales ,
que vienen a plantear que la seguridad alimentaria de las ciudades se va a
resolver mediante la construcción de grandes rascacielos cuya función sea
producir alimentos. El principal promotor de la idea es el biólogo Dickson
Dispomier, que lleva varios años divulgando mediante atractivas imágenes las
bondades de este tipo de iniciativas: mayor eficiencia productiva al trabajar
en entornos artificialmente controlados, aplicación de las últimas tecnologías
aeropónicas, proximidad al consumo, generación de empleo y renaturalización de
espacios agrarios que serían ya innecesarios.
Una propuesta teórica que ha gozado de un
amplio eco pese a basarse en diseños y prototipos que no han sido construidos
salvo varios proyectos piloto realizados especialmente en Japón, para ofrecer
vegetales libres de radiaciones tras el desastre de Fukushima. Iniciativas que
se han ido agrupando bajo el paraguas de la agritectura, donde predominan las
visiones futuristas de ciudades autosuficientes a partir de edificios
inteligentes y sistemas hipertecnológicos.
Una de las empresas punteras centrada en el
desarrollo de estas ideas es AeroFarms ,
que espera operar varias decenas de instalaciones de miles de metros cuadrados
en todo el mundo durante los próximos cinco años. Sus impulsores alaban los
circuitos cerrados de agua, uso de bombillas que de forma intensiva sustituyen
al sol permitiendo hasta 30 cosechas al año o el hecho de que no haya plagas
con las que lidiar. Maravillas autosuficientes, donde predomina la imagen
sugestiva de los edificios insertada en territorios reducidos a meros soportes
indiferenciados sin pasado, cultura o paisaje.
Los prototipos estrella de granjas
verticales han exagerado teóricamente sus bondades (mayor productividad que el
cultivo en suelo, no dependencia de las estaciones, evitar las catástrofes
ambientales, ahorro de emisiones al ubicarse en el centro de las ciudades junto
a sus consumidores, agricultura orgánica o rentabilidad de la actividad
agraria), pero no han incorporado cuestiones fundamentales como los balances
energéticos de este tipo de cultivos. Estos dependerían de potentes sistemas
eléctricos que, en un contexto de creciente crisis energética, serían
enormemente costosos en términos de recursos y financiación, con la
consiguiente concentración de poder en las corporaciones que monopolizarían el
cultivo de alimentos en las ciudades.
Si se echan los números, siguiendo la
eficiencia de la conversión de la luz solar en materia vegetal, como han hecho algunos
investigadores de EEUU , vemos que producir la cosecha norteamericana
anual de trigo por estos métodos requeriría ocho veces la electricidad
producida anualmente en el país.
Las ciudades no son autónomas sino que
forman parte de un todo mayor, por lo que no pueden ignorar las múltiples
funciones que los sistemas agrícolas desarrollan más allá de la provisión de
alimentos, y que no pueden ser sustituidas por artefactos tecnológicos sin
simplificarlas y
Del mismo modo, la existencia de una
cultura campesina y de un mundo rural que nos da de
Hace un mes en una asamblea de la Red de
Huertos Comunitarios de Madrid hicimos el ejercicio
de reactualizar los
principios con los que nos identificamos colectivamente, asumiendo que la
agricultura urbana cumple diversas funciones sociales y ambientales.
Revalidamos que agroecología, comunidad y autogestión eran los pilares sobre
los que se sostenía nuestra forma de entender la transformación social.
Bertrand Russell afirmaba que lo más
difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay
que quemar. Muchos huertos urbanos hemos aprendido que para echar raíces en el
asfalto debemos reafirmar nuestras potencialidades y huir de la prepotencia,
sirviendo como avanzadilla en la reconstrucción de las alianzas entre el campo
y la ciudad.
José Luis Fernández Casadevante
Sociólogo, experto internacional
en soberanía alimentaria por la UNIA. Miembro de la cooperativa de trabajo
asociado GARUA desde 2009 dedicada a impulsar investigaciones, proyectos y
procesos formativos relacionados con la ecología social. Miembro del Consejo de
Redacción de la Revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.
Activista del movimiento vecinal desde hace más de una década, actualmente
involucrado en promover proyectos de agricultura urbana como Responsable de
Huertos Urbanos de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid
(FRAVM).
Nerea Morán Alonso
Doctora arquitecta por la
Universidad Politécnica de Madrid. Ha participado en diversos proyectos y redes
de investigación sobre sistemas agroalimentarios, rehabilitación integrada de
barrios, urbanismo sostenible y resiliencia urbana. Socia fundadora de Surcos
Urbanos, asociación centrada en la formación, investigación, sensibilización y
apoyo técnico relacionado con el urbanismo participativo y la planificación de
sistemas alimentarios locales. Activista de la agricultura urbana y la
agroecología, actualmente participa en la plataforma Madrid Agroecológico.
Fuentes:
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