Historia
LA
QUINTA DE TORRE ARIAS
HISTORICAMENTE "LA QUINTA DE
CANILLEJAS"
Indice:
1.- El origen de una Quinta de recreo
2.- La Quinta Aguilar en manos de la Casa de Osuna
3.- De los frailes de Santo Tomás a la Quinta de Garro
4.- El esplendor de la Quinta de Bedmar
5.-
Por fin, Torre Arias
6.- Tierno Galván y el acuerdo
de cesión gratuita obligatoria
7.- Y nace "La
Plataforma"
8.- Conclusión
La finca conocida como
Torre Arias, junto al antiguo pueblo de Canillejas, cuenta con un capítulo
propio en el magnífico estudio sobre las quintas de recreo en torno a Madrid
realizado por el doctor arquitecto Miguel Lasso de la Vega Zamora: “Quintas
de recreo. Las casas de campo de la aristocracia alrededor de Madrid”.
Libro primero: Canillejas y Chamartín de la Rosa; Libro segundo: Los
Carabancheles. Además, el propio Lasso de la Vega escribió la ficha
correspondiente a la Quinta de Torre Arias para la guía Arquitectura de Madrid,
editada por la Fundación COAM. “Posesión de recreo de los condes de Aguilar,
luego de los marqueses de Bedmar”.
1‐ El origen de una quinta de recreo
El germen de la actual
finca de Torre Arias fue constituido “entre 1580 y el 29 de julio de 1602”,
cuando otorgó testamento su creador, el I conde de Villamor, García de Alvarado
Velasco, rico criollo perulero que gozaba excepcionalmente de una encomienda en
Indias a pesar de estar establecido en la Corte. Por ese testamento sabemos que
el conde había formado dicha propiedad agregando “tierras de diversos
propietarios” para crear “una quinta cercada, con «palacio, huerta, palomar y
demás que comprende»”, que fue incorporada al mayorazgo creado para su hijo
mayor Alonso de Alvarado; siendo muy probable que este primer palacio se
corresponda con la casa actual, pues la documentación subsistente de los siglos
XVII al XIX solo recoge “reparaciones, alguna reconstrucción, conforme a su
espíritu primitivo, y mejoras diversas”. El palacio, de planta cuadrangular de
aproximadamente 26x26 m, se organizaba en torno a un patio cuadrado de 13x13 m,
“y contaba con un torreón esquinero al sureste, elemento propio de la tipología
de villa, con doble función: dominio del paisaje y disfrute de las vistas, y
símbolo señorial desde el exterior”. “En cuanto al primitivo interior (…),
contaba con dos niveles: bajo y principal, más cueva y desvanes”, destacando
“el zaguán, solado de piedra, y la escalera principal, de madera excepto los
primeros peldaños graníticos, tres tramos y ojo central, comunicada con aquél y
a su vez con el patio central”. “Los muros de las fachadas eran completamente
de albañilería sobre cimientos de pedernal y zócalo de cantería de piedra
berroqueña, coronados por aleros de madera y cubierta de teja (…), con balcones
en los huecos del piso principal y rejas en los del inferior”; destacando al
exterior “la escalera de sillería y doble ramal, con barandillas de hierro
forjado entre pedestales” adosada probablemente al frente meridional para
facilitar la “comunicación con el jardín”.
Tras la muerte
del fundador en 1604, La propiedad pasó al II conde de Villamor, el citado
Alonso de Alvarado, que sólo cinco años después , el 13 de febrero de 1609,
obtuvo un Real Decreto del rey Felipe III por el que se le permitía venderla
–segregándola del mayorazgo‐ para redimir “un censo y con el resto comprar un
juro”. La quinta pasó entonces aparentemente a manos de Pedro de Ledesma,
secretario de Su Majestad, que “pagó 4.000 ducados por «la casa quinta,
palacio, huerta, palomar y demás que comprende dentro de sus cercas», aunque
curiosamente la existencia de esta transacción no supuso la pérdida del dominio
y disfrute por (…) los descendientes de los condes de Villamor”, pues probablemente
la compra de la quinta fue pagada por el propio conde Alonso de Alvarado para
“poder disponer de ella libremente, ajena a toda vinculación”, aunque en un
nuevo censo impuesto sobre la propiedad en 1623 volvió a reconocerla vinculada
al mayorazgo. Y sólo cuatro años más tarde, el 6 de marzo de 1627, Felipe IV le
vendió el señorío de todo el lugar de Canillejas ‐hasta entonces de realengo‐;
aunque quinta y señorío volvieron a desvincularse un lustro más tarde, pues
tras la muerte sin descendencia del II conde de Villamor en 1632, la primera
–junto con el título condal‐ recayó en su hermano Gaspar Antonio de Alvarado, y
el segundo en su viuda.
Recayó después la propiedad en la IV condesa,
María de Velasco Alvarado ‐hermana del III conde, incapacitado tras perder la
razón‐, y de ésta a su hija la V condesa de Villamor, Ana María de Mendoza
Alvarado, que casó con el VIII conde de Aguilar; pasando a conocerse la quinta
de Canillejas como la “casa de Aguilar” durante los dos siglos siguientes. Y
aunque el hijo de ambos, IX conde de Aguilar y VI de Villamor, residió en
Valladolid durante un tiempo, en 1670 la familia ya había regresado a la Corte,
donde se celebró el enlace de la X condesa de Aguilar y VII condesa de Villamor
con el II conde de Frigiliana, quien no sólo se opuso a la cesión de la finca
para redimir el censo antedicho de 1623, sino que ejecutó numerosas mejoras y
ampliaciones entre 1675 y 1682, reparando “la cubierta y aleros, que amenazaban
ruina” y realizando otras obras “relativas a enyesados, remates, carpinterías y
pinturas en diversas dependencias, que permiten conocer y constatar algunos
datos sobre su distribución, como el número de pisos, dos más la cueva y
desvanes, la existencia del zaguán, el patio, con al menos un frente porticado,
la cocina o la torrecilla. En el nivel inferior se situaba la curiosa «Sala de
la Fruta», denominada de este modo seguramente por sus decoraciones pictóricas,
la «galería que mira al patio» y la «pieza donde está hundida la cueva»,
mientras que en el superior se hallaban las alcobas de los señores, el
oratorio, una habitación sobre la cocina, donde debía trazarse una nueva
escalera para subir a la buhardilla, y otra más con vistas hacia Madrid y hacia
el patio, esto es, supuestamente dentro del ala occidental. Se mencionaban,
igualmente, la escalinata de piedra para bajar a los jardines desde el palacio,
las caballerizas y las cocheras”. De las obras se responsabilizaba “Bartolomé
Ferreres o Ferreras, que ostentaba el cargo de maestro de obras en la quinta del
conde de Aguilar (…), mientras que de los jardines se ocupaba Juan García”,
aunque consta la intervención de otros profesionales “por la misma época, como
Juan López, vecino de la villa de Barajas, o Tomás Fernández”. Además, el 10 de
octubre de 1689, después de la mayoría de edad del legítimo heredero, Íñigo de
la Cruz, XI conde de Aguilar y VIII de Villamor, su padre el II conde de
Frigiliana todavía compró por 14.625 reales de vellón al convento madrileño de
San Jerónimo el Real, una tierra olivar limítrofe de 21 fanegas y 8 celemines
(7’42 ha), “con el agua del arroyo que la cruzaba y las demás aguas corrientes
y manantiales”; extendiendo la propiedad hasta lindar “con el «Camino que iba
desta villa a la ciudad de Alcalá» (…), propiciando el cambio del antiguo
acceso principal, en el Camino de la Quinta” a otro en aquel camino “más cómodo
y directo desde Madrid”, que se corresponde con la actual calle de Alcalá. Y el
28 de agosto de 1699 todavía añadió el conde de Aguilar otra nueva tierra de 3
fanegas y 3 celemines (1’11 ha) comprada a un vecino de Canillejas, “por lo que
su superficie total se fijaba ahora en 42 fanegas y ¾ de 400 estadales cada una
(14’63 ha)” 6 , aproximadamente su superficie actual.
Once años después, esta
Quinta de Aguilar cobró cierto protagonismo durante la Guerra de Sucesión, pues
fijó aquí su residencia el archiduque Carlos de Austria “antes de efectuar su
entrada en Madrid el 28 de septiembre de 1710”; recibiendo en ella dos días
antes “el juramento, reconocimiento y proclamación” de “la aristocracia
austracista, bien representada por el duque de Híjar, el marqués de la Laguna,
el conde de Palma del Río y el arzobispo de Valencia”.
Terminada la contienda,
hubo que realizar reparaciones, conservándose las “cuentas de los gastos,
mejoras y adelantamientos” ejecutados “entre el 1 de febrero de 1725 y el fin
de ese año, entre los que se incluían el empedrado del arroyo de la Quinta,
«que comienza en el estanque y fenece en la cantarilla», cuyo coste ascendió a
100 ducados, la renovación del palomar, con su cubierta, sus bolas y hornillas,
la reposición de la albardilla de las tapias y el adorno generalizado de los
jardines, para lo cual se adquirieron doscientos tiestos a un maestro alfarero
de Alcorcón”.
Tras la muerte sin
descendencia del XI conde de Aguilar en 1733, la propiedad pasó por disposición
testamentaria a su sobrina segunda María Augusta de Wignancourt Manrique de
Lara, IV condesa de Frigiliana, que no pudo disfrutar de la posesión hasta dos
años más tarde, tras ganar un pleito suscitado por una rama menor de su familia
que le disputaba la herencia, formada por “unas casas principales con su huerta
y jardín en la carrera de San Jerónimo esquina a la del Prado Viejo, donde años
después se levantaría el palacio de Villahermosa”, y la propia quinta de
Aguilar “toda ella cercada con tapias de albañilería y cajones de tierra, y
dentro una casa palacio con buenas habitaciones y oficinas para su servidumbre,
un palomar, plantío de viñas, olivos, árboles frutales de barias especies y
otros no frutales para su adorno”. Aunque “siendo muchas las deudas contraídas
por el condado de Aguilar, los nuevos propietarios se vieron obligados a
desprenderse de las dos fincas, urbana y recreativa, por autos de la Real
Hacienda y previa Facultad Real, pues se hallaban vinculadas”.
2‐ La Quinta de Aguilar en manos de la Casa
de Osuna
Adquirió entonces
la propiedad la viuda del VII duque de Osuna, Francisca Javiera Bibiana Pérez
de Guzmán el Bueno Silva Mendoza, firmando la escritura notarial en mayo de
1741; aunque ya por un acuerdo anterior de 18 de diciembre de 1737 el precio se
había fijado en 300.000 reales de vellón ‐de los que 285.000 correspondían a
los acreedores‐, muy por debajo del valor de tasación efectuada por “los
maestros de obras Francisco Ángel Álvarez Figueroa y Ventura Palomares”, que la
valoraron en 443.780’5 reales: “319.159 reales por la casa palacio, palomar y
tapias de cerca; 60.000 por el caudal de agua; 28,931½ reales por las
arboledas, frutales y no frutales, y demás plantas; 20.951 reales por la
fábrica de conducción de aguas a la dicha quinta; y 14.739 reales por las
tierras”.
Sin embargo, al querer
disfrutar la nueva propietaria de la finca, la halló tan deteriorada “que no la
pudo habitar”, lo que la obligó a efectuar “diferentes obras y reparos, así en
la casa y su habitación, como en sus cercas, conductos y cañerías, estanques y
plantíos de árboles”; y para “incorporar a la escritura las mejoras” solicitó
en 1740 nueva tasación a los peritos citados, “así como a Antonio de Madrid,
jardinero que en ella se hallaba asistiendo de continuo, éste en relación con
los aumentos de plantíos, viñas, árboles y demás”, que se valoraron en 54.979
reales con 29 maravedíes, correspondiendo 10.500 reales al “desmonte realizado
a la parte del Norte” y 146.000 reales “a las obras en casas, tapias, cañerías
y estanques”. Por esta tasación conocemos “la profunda intervención realizada
en el palacio”, en la que “se recalzaron los cimientos y se reconstruyó la parte
de la fachada que mira a Madrid, jarreando ésta y todas como paso previo a su
revoco. Se retejaron «todos los tejados que cubren dha. casa a canal avierta» y
se rehízo el encadenado de ladrillo del alero, «y lo mismo en la zircumbalación
del patio por el motibo de los aires», además de colocarse canalones de hoja de
lata en todas sus líneas, y vaciaderos de lo mismo, dos rejas del cuarto bajo,
del total de trece, y seis antepechos de hierro en los frentes de Poniente y
Norte, de los veintiuno existentes, enderezando las buhardillas, asentando y
umbralado sus huecos y guarneciendo sus capialzados. Se empedró la
circunvalación de la casa y portal y se compuso el patio, se limpió «la
cantería de las portadas, pilastras y plintos, y diferentes composturas de
recantones y lumbreras». Al interior se restauraron los cielos rasos y molduras
de los techos de las diversas piezas, incluso se colocaron bovedillas de madera
en el salón del piso principal y su antesala y se hicieron dos claraboyas
circulares en una habitación baja, se blanquearon generalizadamente todos sus
paramentos, también los de la escalera, y se solaron con «ladrillo fino de la
Rivera, cortado y raspado, diferentes piezas en el quarto prâl. y quarto vajo».
Se compusieron todas las ventanas y puertas de paso y «los errajes de fallevas,
picaportes, zerraduras y zerrojos, habiendo echado nuebos diferentes dellos,
así como el hogar de cantería de la cozina prâl. y ornillas della, haviendo
puesto diferentes losas nuevas de verroqueño». También se limpió la cueva de
broza, vistiendo su lumbrera de fábrica de albañilería. Completaban estas
actuaciones en el palacio, la realización de dos pedestales y gradas en la
escalera principal, «questá por la parte esterior de la casa», y la renovación
de la red de saneamiento, reparando alcantarillas, «tragaderos de agua
llovediza», pozillos de registro, estanques grande y pequeño, orquillas de
repartimiento, etc. Ya fuera se había desmontado el gran patio posterior o
corral de servicio y recompuesto la alcantarilla del arroyo, «que atraviesa el
Camino Real de Alcalá», con losas de piedra ordinaria y de pedernal, y la
fábrica de albañilería y mampostería que constituía la cerca”.
“El jardín y la huerta
también fueron objeto de fuertes inversiones, mejorando su riego y desmontando
el sector a Saliente o ingreso desde Canillejas y a falta del de Poniente, que
se había de «poner en planta» y hacer en regla”. En cuanto a las plantaciones,
se repartían en ocho cuarteles “denominados en función de su ubicación y algunos
destinados al monocultivo de membrillos o manzanos asperiegos (…), destacando,
también entre los frutales, perales cermeños, del buencristiano y bergamotos;
ciruelos, albaricoques, acerolos, perabrigos, guindos, higueras blancas y
negras, avellanos, almendros, etc., así como 3.750 cepas, 52 olivos, 212 álamos
negros u olmos y 30 álamos blancos”.
De este modo, según Lasso de la Vega, esta posesión de
recreo de Canillejas restaurada por la duquesa viuda de Osuna puede
considerarse “un precedente (…) de las experiencias campestres que en el mismo
siglo habría de promover la Casa de Osuna, especialmente de la célebre finca El
Capricho de la Alameda”, que promovería su nieto a sólo 2 km de la posesión.
Por desgracia, tras la
muerte de su propietaria en 1748, sus hijos y herederos, Pedro Zoilo –VIII
duque de Osuna‐ y María Fausta –condesa‐duquesa de Benavente‐, se vieron
obligados a vender nuevamente esta “casa de Aguilar”, que había sido gravada
con tres hipotecas sucesivas entre 1746 y 1748, encargando “la medida y
tasación de su fábrica, sitio y terrazgo”, a Manuel López Corona, “arquitecto
de S.M.”, quiene presentó el 20 de mayo de 1749 “el «mapa» de la finca” y una
declaración jurada en la que indicaba su “emplazamiento inmediato a la villa de
Canillejas, sus tres accesos, al Mediodía, Poniente y Oriente siendo éste el
principal «por su buen uso respecto de la disttancia que ttiene hasta el
palacio», y su área” de 1.054.875 pies cuadrados, equivalentes a 13’45 ha, muy
similar a “la expuesta con anterioridad”. “Se hallaba todo su perímetro
circundado con tapias «compuestas de su cimiento de pedernal, pilares de
ladrillo, tapias de tierra con sus berdugos y su albardilla de fábrica», y en
ellas las portadas, configuradas por dos hiladas de cantería, machones de
ladrillo y tejarones de madera empizarrados, con las carpinterías pintadas de
verde. Todo se hallaba «muy bien trattado â excepción de un pedazo que está
arruinado y llevó las aguas del arroyo que attraviesa dha Quinta»”.
El palacio “constaba de
los referidos «quarto vaxo, pral. y desbanes», alrededor de un patio empedrado.
La escalera interior era de madera con barandilla de hierro, mientras que la
exterior de sillares de piedra”. También “había una cuadra con doce plazas de
pesebres y una cueva con cuatro lumbreras”. “Existía un palomar de ladrillo y
tapial, con capacidad para «mil settecientos y cattorce nidos, todos de barro
fino de Alcalá», una «casería» de dos niveles, de la «misma fábrica que la
antecedente â medio hacer», y cuatro estanques de diferentes cabidas, que se
destinaban al riego, aunque se encontraban algo deteriorados, «teniendo en
ellos, hasta doce rr.s de agua dulce, la qual viene conducida por minas y
tarjeas con distancia de media legua». Hay también «una fuente de piedra berroqueña,
con su taza, y pilón para recoger el agua» de pie, que va expresada, la cual se
completa con la del arroyo, canalizado con paredes de mampostería”.
Esta agua tan valorada
servía para regar los diferentes cultivares, pues “entrando por la puerta
principal u oriental, se encontraba el jardín, entre aquélla y el palacio,
«dividido en quadros», es decir, a la manera clásica o renacentista italiana,
con fuentes y cañerías para su riego. Al Norte, siguiendo la línea de fachada
de la casa se situaba el viñedo (…), y al Sur «muchas tierras de sembradío y
una gran huerta con muchos árboles frutales», en lo que antes había sido olivar
de los jerónimos”; sin contar construcciones como el “corral para criar
gallinas y el «orno de ladrillo mu bien hecho»”. Por todo ello, López Corona
tasaba la propiedad en 741.365 reales de vellón, más del doble del precio
pagado sólo doce años antes por la duquesa recién fallecida, “reflejando así,
con claridad, las elevadas inversiones” efectuadas 12 .
Sin embargo, “parte se
perdió en el «grande yncendio» que aconteció poco después, en 1750, y aunque se
hicieron algunas obras para detener la ruina, especialmente en los pisos y
tejados, recomendó en 1754 el administrador (…) que se volviera a poner en
arrendamiento” la propiedad, “como durante los últimos años había estado, para
no reducir aún más su estimación”. “A la par apareció un comprador”, llamado
Antonio de Estrada Bustamante, que ofreció por la quinta “los mismos 300.000
reales de vellón que había pagado la antigua propietaria a los condes de
Frigiliana”, por lo que se solicitó una nueva tasación a López Corona ‐que no
pudo efectuar por sus muchas obligaciones‐ en colaboración con el “maestro de
obras y agrimensor Francisco Pérez Cabo”, junto con los peritos nombrados por
los interesados en la testamentaría: “Andrés Díaz Carnicero, también arquitecto
en diferentes obras reales de S. M.”, y el “agrimensor práctico labrador
apreciador de tierras y de todo jénero de árboles” Juan Manuel Guiz.
El nuevo informe –muy
minucioso‐ estuvo listo el 6 de marzo de 1755, y en él se computó una
superficie “de «quarenta fanegas y tres quartillas de quatrocientos estadales
cada una (marco de este villa de Madrid y su tierra)», es decir, 13’95 ha, casi
exactamente la misma que la medida en 1749”, “completamente cercada con muros
de 2 ¼ pies de grueso, poco más o menos, configurados por pilares de ladrillo
uniformemente repartidos, a unos 17 o 18 pies de distancia, y entre ellos
cajones de este material y barro, si bien «también algunos con sus tendereles
de cal, fábrica que llaman de almojayre y otros encajonados entre dhos. pilares
(en la línea que mira â Madrid) están hechos de cal y ladrillo». En esta
orientación la cerca contaba «con su arco, bottareles y sillares por donde
entran las aguas del arroyo, atravesando ttodo lo vajo de la huerta», el cual
salía por la línea de Oriente a través de una bóveda y arco de rosca con su
reja de hierro y su «despeñadero de losas con sus adoquines y sillares de
cantería». Había entonces dos únicas puertas en la quinta: la principal a
Levante, hecha de fábrica de albañilería, con sus «tranqueros de rodadas», dos
pilares o postes para asegurar la cadena de hierro que siempre había tenido
–«señal de haber entrado persona real por dha. puerta»‐ y con su tejaroz de
madera , y lo mismo en la otra, en el “camino de Canillejas”, seguramente el de
Alcalá, «a escepción de carecer de los posttes, y tener en lugar de tranqueros
dos yladas de canttería»”.
Encerrados entre estas
tapias estaban “la «fábrica del palacio con sus oficinas, los estanques, pajar,
palomar, gallinero y arroyo»”; dividiéndose la “tierra en tres categorías: la
más estable donde está el olivar, arroyo, jardín, casa y viña, con las veredas
y pasos que tiene, de 14 fanegas (4’79 ha), la de secano, sembrantía y de mejor
calidad”, de 8 fanegas (2’74 ha), y la más excelente en lo restante, «negra mui
migosa, y substtanciosa para todo género de árboles fruttales, como los tiene,
y demás plantíos de hortaliza, que con el veneficio de la porción de agua (que
es nueve rr.s en el día que la riegan y ferttiliza sus plantas) lo hace más
apreciable»”. Además, esta descripción hace referencia a algunas mejoras
ejecutadas “como la barbacana que, atravesando por delante del estanque principal
y alameda, contenía el plantío, y también diversos elementos o construcciones
repartidos por la posesión, como los pilares de piedra guarnecidos con yeso,
que servían para los emparrados, el tejar, la cerca del gallinero, el palomar
de ladrillo y tapial (…), el pajar, de dos alturas, por formar, cubierto de sus
armaduras y dos buhardillas, o la casilla «q. e está en la viña del
Moscatelar», con su arca para recoger las aguas que vienen encañadas desde el
campo, fuera de las cercas, y cuyo origen se ignoraba”, aunque se reseñaran
“los componentes de la infraestructura para asegurar y aprovechar a tiempo el
riego, como las minas de ladrillo con su osca de lo mismo, que conducían el
agua que vertía en los estanques altos y bajo, hechos de la misma fábrica y con
sus llaves de bronce, «pozillos de rexistro, surtidores –o fuentes‐ del
jardín», canales de piedra berroqueña con sus arquetas o la presa en el
arroyo”.
“«Tanvién se dio valor
â todos los árboles frutales y silbestres que están plantados dentro de la
jurisdicción de dha. cerca» (…), esto es , 2.500 cepas de moscatel, 700
perales, 97 ciruelos, 63 manzanos, un melocotonero, 57 guindos, 18
albaricoques, 63 membrillos, 3 acerolos, 95 almendros, «y en ellos algunos de
almendra dulce», 3 cermeños, 17 higueras, 47 castaños de Indias, 59 moreras de
seda, 3 de mora negra, 2 olmos vestidos de hiedra, 503 álamos negros, 138
álamos blancos, «sin yncluir los grandes que están en la arroyada fuera de la
cerca», 56 olivos, 39 avellanos, y la «mimbrera que está â la orilla»”.
En cuanto al palacio,
precisan los peritos “que en su piso bajo se hallaba la repostería, cocinas
principal y de la familia o servidumbre, y las cuadras, con sus pesebreras
forradas de chapa; y en el alto las salas, dormitorios, recibimiento, galería y
oratorio, «con las demás viviendas correspondientes» (…). Se menciona
nuevamente la cueva, el zaguán y el patio empedrado, la escalera de peldaños de
madera de media vara de huella, 42 cm aproximadamente, labrados con su bocel y
barandas y pasamanos de hierro «mazorqueados», hogares de piedra y chimeneas
francesas”. Asimismo se valora la “esmerada arquitectura” de la fachada, “con
resaltos y pilastras de cantería en el cuerpo inferior, algunos chapeados de
losas, jambas, dinteles, y batientes de lo mismo, así como gradas de similar
piedra en la entrada de alguna puerta, balcones y antepechos de hierro común y
alero con su escocia de madera”, además de “la citada escalera exterior de
cantería labrada, «de quatro tiros» protegidos por barandillas de forja, con
hiladas de sillares y diferentes almohadillados y resaltos, así como nichos o
capillas en lo bajo”, que servía “para comunicar el palacio y los jardines”.
“En sus inmediaciones existía un cenador, entonces sin uso, configurado por una
fuente en su centro, con su taza y pedestal, solado de piedra y grada
alrededor, con 13 basas para el emparrado”.
Consecuentemente
la valoración ascendió a 755.055’5 reales de vellón, lo que parece indicar que
los daños del incendio de cinco años antes no fueron tan graves como se
suponía, pero el antedicho Antonio de Estrada sólo aumentó su oferta a 380.000
reales; protocolizándose “la venta judicial de la fábrica del palacio con sus
oficinas, estanques, palomar, pajar, gallinero y arroyo con sus fábricas,
árboles frutales y silvestres, minas, cañerías, aguas corrientes y manantes, el
7 de mayo de 1756”. (Durante este periodo la finca “se había deteriorado, «como
es público», por hallarse arrendada por un individuo que a menos precio la usufructuaba,
dejando romper sus puentes, secar sus plantas y arruinar sus tapias, pues se
hallaba uno de los esquinazos con el camino de Alcalá caído y sustituido por
otro de tierra”.)
3‐ De los frailes de Santo Tomás a la Quinta
de Garro
Pero el nuevo comprador
no quería la finca para sí, sino que era sólo un representante del hoy
desaparecido “Convento y Colegio de Santo Tomás de Aquino” de la madrileña
calle de Atocha, “de la Orden de Predicadores de Santo Domingo”, a quien se la
traspasó el 4 de junio siguiente, y que la destinó a fines agrícolas; aunque
“no debió reportar a los frailes lo esperado” pues apenas invirtieron “caudales
en su mantenimiento”, constando sólo “algunos reparos, encomendados al maestro
de obras y alarife” Manuel Burgueño, “que no lograron impedir que tres lustros
después la casa y las cercas amenazaran ruina y que «de ora en ora» se fuera
deteriorando todo lo demás”. Consecuentemente, “por falta de caudales para el
cultivo de la tierra y de los árboles, y para reparo de las cañerías”,
planearon los dominicos su venta, para lo que se pidió nueva tasación al
arquitecto Juan Antonio Álvarez, “habilitado por la Real Academia de San
Fernando”, que levantó un plano hoy perdido “en el que representó la figura
multilateral de la quinta, con sus entradas y salientes, dentro de la cual se
ubicaba «el palacio, caballerizas, corralón de éstas, palomares, estanques,
arquillas de registro, labadero, corralón de abaxo y los dos miradores de junto
a el arroio» que ocupaban una superficie construida de 57.243 pies cuadrados
(4.388’63 m 2 )”. Se describía después “la cerca, con sus dos puertas, la del
Camino Real de Alcalá, ahora convertida en principal, y la de Canillejas, que
continuaba siendo la más cómoda para acceder al palacio. Junto a éste se
hallaba la tahona, construida probablemente por los frailes, y formando parte
de él «la cueva bestida» (Esta expresión probablemente haga referencia a que
dicha cueva estaba no sólo excavada en el terreno sino revestida interiormente
de ladrillo o mampostería para reforzarla y evitar derrumbes como los antes
descritos) y el patio, con un pozo con su losa y argolla «para registrar la
mina que sigue hazia el arroyo»”. Respecto al interior se reseñaba “la escalera
principal, «que es de un ojo, con pasamanos de fierro amazorcados, que tiene
una entrada por el zaguán, y dos peldaños de piedra», existiendo otra
escalinata de lo mismo para bajar al patio. En la planta baja había diversas
piezas, alcobas, dormitorios, un horno para la pasta y dos cocinas, una en lo
bajo, posiblemente en semisótano, y otra arriba, de mayor enjundia, ambas con
losas de piedra en suelo, hogar y algunos paramentos, y la última con una pila
para fregar. Existía además otra pila en «el passo que hay de la escalera prâl,
que cada una es de una piedra y sirbe por la partte estterior de batiente, y
por la interior de la pila con su baciadero, y la ôtra en la misma forma
solados de ladrillo fino de la ribera». Desde este nivel se comunicaba con la
magnífica escalera exterior de piedra, configurada por dos ramales enfrentados
y dos tiros en cada una de rosca de ladrillo, entre mesillas de la misma
fábrica, «y en su frente, âunque está arruinada partte della, se compone de
basas, jambas que siguen hasta que recuadran con las sobrezancas; hay dos
puertas con vatientes, jambas, y dinteles, y otra puerta que es más grande,
tiene lo mismo». Andaban rodando algunos pedestales que servían de remate, en
donde estaban embebidas las barandillaso pasamanos de hierro «âmazorcado», que
se habían retirado o conservado”. El piso principal presentaba un “buen
repartimiento, «de grandes salones, piezas de paso, alcobas, dormitorios y
demás», acondicionado con tres chimeneas de piedra y destacando el oratorio,
cubierto por una bóveda tabicada y doblada de ladrillo”.
“En cuanto a los
frentes exteriores del palacio, el principal o meridional estaba algo
deteriorado, con un lienzo que no valoró por hallarse apeado y ser preciso
demolerle y reconstruirlo. Hacia la parte posterior se encontraría el corralón
con las caballerizas, levantadas recientemente por los dominicos y resueltas
con muros de ladrillo y cajones de tierra, cubierta a dos aguas de teja y tabla
y «un corto pajar» abuhardillado”. Similar construcción presentaban los “dos
palomares, uno con su pila grande de piedra en el centro, «para el bebedero de
las palomas»”, y el segundo con “un forjado de madera a media altura”. “Los
estanques eran de ladrillo, incluido el del lavadero, «solado de losas para
labar», con sus arquillas de registro de lo mismo”. “Por último, informaba de
la conservación del cenador y su situación en el parral, con una fuente central
de piedra con su adorno y pilón ochavado, hallándose solado y levemente
elevado, con un peldaño con su bocel y filete”.
En el terreno circundante
destacaban algunas obras efectuadas “para canalizar el arroyo que lo
atravesaba”, como “los murallones de mampostería, el puente, «por donde sale el
âgua, de dha. quinta y sigue â Canillejas», las manguardias de piedra
berroqueña, losas y dintel para contener su empuje, o la gran reja de hierro”.
Además hay que señalar las plantaciones conservadas, que fueron tasadas por
Francisco Aparicio, Jardinero Mayor y Arbolista del Real Sitio del Buen Retiro,
“quien contabilizó 47 moreras, 31 perales cermeños, más 8 mosqueruelos, 70
bergamotos, 251 del buencristiano y 3 ordinarios, 1 melocotonero, 24 manzanos,
8 albaricoques, 9 cerezos, 35 guindos, 3 morales, 5 acerolos, 7 membrillos, 2
esperiegos, 1 níspero, 1 camueso, 40 ciruelos, 11 higueras blancas y negras, 8
olivos, 354 almendros, 20 avellanos y 42 parras, que demostraban una producción
similar a la de dos décadas antes, en general algo menor, especialmente la
vinícola y moscatelar. Más drástica había ido la reducción del arbolado de
sombra, apenas 40 castaños de Indias, 48 álamos blancos y muchos ya perdidos”,
contándose todavía 114 rosales en el jardín.
En total, el
justiprecio, fechado el 19 de noviembre de 1771, se calculó en más de 450.000
reales de vellón ‐de los que 416.933’5 reales correspondían a las edificaciones
y 35.354 reales de vellón y 17 maravedíes a las plantaciones‐, pero la venta se
efectuó por sólo 240.000 reales según escritura fechada el 27 de abril de 1772;
pasando la “casa de Aguilar” con su “palacio y cercas amenazando ruina y sus 41
fanegas de tierra de la medida de 400 estadales de diez tercias”,
aproximadamente 14’03 ha, a manos de Josefa María de Arizcun Irigoyen, de noble
familia navarra del valle de Baztán enriquecida por contratas estatales .
La nueva y acaudalad
propietaria “comenzaría la restauración del conjunto para su disfrute”,
imponiéndola –a pesar de su cuantiosa fortuna‐ un nuevo censo de 40.000 reales
de vellón en 1780. Pero esta rehabilitación no fue duradera, pues María Josefa
falleció poco después de 1786, cuando su quinta apareció citada como una de las
más importantes de Canillejas ‐ junto con La Piovera antes mencionada‐ en las
Relaciones del geógrafo Tomás López y en las del cardenal Lorenzana.
Pasó entonces “la
heredad, con su casa palacio y hortalizas, pinturas, cabalgaduras, sillerías,
mesas y aperos de labranza” a manos de su segundo marido Luis Manuel de
Quiñones, según división de bienes efectuada en 1789; y de este a su hijastro,
Pedro Regalado de Garro Arizcun, nacido del primer matrimonio de María Josefa
con su primo segundo Ambrosio Agustín de Garro Micheltorena. Este último
heredero “descuido una posesión que no usaba para su recreo, por lo que
progresivamente fue cayendo en un abandono total, con sus edificios sin
reparar, lamentable situación que acrecentó la Guerra de la Independencia”.
Tras la misma, fue nuevamente traspasada en 1818 ‐“por un precio irrisorio,
248.000 reales de vellón”‐ a Fernando de Aguilera Contreras, XV marqués de
Cerralbo . Éste adquirió además el 25 de octubre de ese mismo año “una tierra
de pan llevar inmediata, de 253 fanegas (86’60 ha), perteneciente hasta
entonces a la comunidad religiosa de Santo Domingo el Real de Madrid”, que
cobró por la misma 250.600 reales de vellón. Sin embargo, poco más debió hacer,
pues se deshizo de la quinta sólo siete años después, vendiéndola el 11 de
abril de 1825 al XVII duque de Medina Sidonia, Pedro Álvarez de Toledo Palafox,
por 340.000 reales de vellón, con “el palacio, huerta, con su cerca de fábrica
que delimitaba la repetida superficie de 41 fanegas (…), palomares, estanques,
arquillas de registro, lavadero, corralón, aguas, árboles frutales y de otras
especies”.
Recuperó entonces la
quinta parte de su perdido esplendor, influida sin duda por la cercana de El
Capricho que poseían sus parientes los duques de Osuna; aunque no sin
altibajos, pues el nuevo poseedor fue nombrado en 1830 embajador en Nápoles,
partiendo al exilio tres años más tarde al sumarse al partido carlista tras la
muerte de Fernando VII (Curiosamente, según se dice ‐“y la noticia no tiene
valor alguno”‐, ese mismo año de 1833 tuvo lugar “en término de Canillejas y
cerca de la fuente llamada La Piobera”, muy cerca de la quinta, la primera
entrevista de la reina regente viuda María Cristina de Borbón con su futuro
esposo morganático Fernando Muñoz) , por lo que sus bienes –incluida esta
quinta de Canillejas‐ le fueron confiscados en 1837, no siéndole devueltos
hasta diez años más tarde, cuando pudo regresar a España. Precisamente de ese
momento es la descripción que figura en el famoso Diccionario Geográfico de
Madoz, donde aparece escuetamente referida como una “posesión estensa y poblada
de árboles frutales y plantas de diferentes especies, con 2 fuentes, que en
cada una hay su correspondiente estanque”, rodeando una casa “compuesta de dos
pisos y bastante comodidad interior”(Lo reducido de esta descripción es posible
que se deba a las circunstancias antes señaladas, que impedirían a Madoz o sus
colaboradores acceder al recinto. MADOZ, Pascual: Diccionario
geográfico‐estadístico‐histórico de España y sus posesiones de ultramar.
Madrid, 1846).
4‐ El esplendor de la Quinta de Bedmar
Una vez recuperada por
sus antiguos propietarios, la propiedad fue vendida casi inmediatamente por el
futuro XVIIII duque de Medina‐Sidonia, José Álvarez de Toledo Silva –hijo y
heredero del anterior‐, a Manuel de Acuña Dewitte, X marqués de Bedmar, que
según escritura de 27 de noviembre de 1850 pagó 240.000 reales de vellón por la
posesión, junto con la tierra de 253 fanegas aneja a la misma adquirida en 1818
por el marqués de Cerralbo, con una depreciación importante que permite intuir
el deterioro sufrido en los últimos años.
El nuevo propietario
emprendió entonces una importantísima y dilatada campaña de restauración que
dotaría finalmente a la finca de la imagen con que ha llegado a nuestros días;
aunque su uso debió de ser bastante circunstancial dadas las largas estancias
que pasaba el nuevo dueño en París. Así, por un censo de 24.000 reales al 5%
impuesto sobre la finca en 1853, sabemos que entonces contaba con “cerca,
palomares, estanques, arquillas de registro, lavadero, corralón, aguas estantes
y manantes, el derecho al goce de éstas, árboles y cuanto se contuviera dentro
de ella, con las 41 fanegas que comprendía”, a las que se sumaban las “253
fanegas de pan llevar en el término redondo llamado de la Encinilla”. Estas
propiedades anejas se ensancharían todavía más a partir de 1858, cuando el
marqués gastó 3.250 ptas. En adquirir 7 fanegas (2’43 ha) “en el sitio de la
Virgen, con su tejar, casita para guardar herramientas, dos pozos y un horno”;
mientras que dos años más tarde compró otra propiedad “de 3 fanegas, 4
celemines y 14 estadales (1’16 ha), también con su tejar, tinado y dos pozos, y
después hasta más de 40 posesiones distintas, que pertenecían mayormente a
vecinos de la villa”.
Un año más tarde, el 15
de abril de 1861, este X marqués de Bedmar, viudo desde el año anterior,
contrajo segundas nupcias y se instaló en la quinta, que recibiría importantes
mejoras (No vale para conocer su aspecto de entonces la descripción dada por
Rosell en 1865, pues procede íntegramente del Diccionario de Madoz ya citado,
hasta el punto de ignorar el cambio de propietario. Aun así, la reproducimos
seguidamente: “casa propia del Marqués de Villafranca, aneja a una buena
posesión poblada de árboles frutales y algunas otras plantas”). De poco más
tarde debe datar el plano de Canillejas levantado por la Junta General de
Estadística por Ley de 1859, que se custodia en el Instituto Geográfico
Nacional (Esta Junta de Estadística estaba organizada por Francisco Coello,
director general de operaciones geográficas, y en 1865 se dotó de un Reglamento
para la realización de los levantamientos topográficos necesarios para levantar
el mapa general del país. PLANOS de iglesias, edificios públicos y parcelarios
urbanos de la provincia de Madrid en el último tercio del siglo XIX. Madrid,
MOPU, Instituto Geográfico Nacional, 1988), y que nos permite apreciar la
disposición general de la posesión en ese momento con el palacio de planta
trapezoidal con su patio cuadrangular central, unido por su parte norte a un
enorme patio de labor –también trapezoidal‐ rodeado casi por completo de
construcciones agrícolas. En torno a este conjunto se distribuye un jardín
paisajista a la moda, con una fuente ante la fachada principal de la propiedad,
que todavía miraba a Oriente, hacia Canillejas, que más allá –a Occidente y
Sur‐ se convierte en simples bosquetes; destacando las plantaciones regulares
de cultivos en la esquina nororiental –plantada de viñedos a juzgar por su
traza en parcelas alargadas paralelas‐ y en la mitad meridional de la finca,
una vez cruzado el barranco formado por el arroyo de la Quinta –que atravesaban
cuatro puentes‐, donde se dispone la huerta como una retícula de parcelas
romboidales separadas por calles alineadas con árboles. Además se distinguen
dos grandes norias en la parte más alta de la finca, casi lindando con el
límite septentrional de la propiedad ‐figurando la de la esquina noroccidental
como “noria antigua”‐, y otra menor en la mitad meridional, tres estanques y un
lavadero, dos invernaderos, así como diversas construcciones auxiliares;
pudiendo apreciarse ya la exedra semicircular de la entrada por el Camino de
Alcalá, aunque todavía no figura la actual puerta.
Muy semejante es el
plano de la Cédula catastral de 1867 pues probablemente fue dibujado por su
autor, Adolfo del Yerro, a partir del anterior.
El 30 de noviembre de
1874 ardió el nuevo palacio capitalino que el marqués estaba construyendo para
sustituir su antigua morada de la calle del Pez ‐donde había nacido‐, y que a
pesar de no estar terminado ya estaba habitado por sus propietarios, que es de
suponer tendrían que trasladarse a la Quinta de Canillejas hasta que los
destrozos provocados por el fuego quedaran reparados (Este suntuoso palacio de
estilo francés estaba situado en la calle de Génova con vuelta a Zurbano,
siendo derribado en los años setenta del pasado siglo para levantar el edificio
que aloja actualmente la sede del PP. 8 de diciembre de 1874).
De poco más tarde data la
próxima imagen en 1877‐ que tenemos del palacio, que fue ampliado por el
marqués con una segunda crujía por sus costados oriental y meridional, dejando
el patio original descentrado, aunque todavía se reconoce la primitiva torre
esquinera –recrecida‐ asomando por encima del ángulo suroriental.
La nueva construcción se efectuó con fábrica de
ladrillo fino visto, que se extendió a todas las fachadas para dotar de unidad
al conjunto, dándole una apariencia neomedievalista de corte victoriano muy
singular dentro de la arquitectura madrileña. Y aunque desconocemos el nombre
de sus autores, su nueva fachada principal –orientada ahora al Sur, enfrentando
la entrada desde el Camino Real de Alcalá‐ presenta fuertes concomitancias con
la de la casi contemporánea Cárcel Modelo de la calle de la Princesa , hoy
desaparecida, que fue diseñada en 1876 por el arquitecto Tomás Aranguren con la
colaboración de su colega Eduardo Adaro Magro ‐sobre un plano trazado hacia
1860 por el arquitecto Bruno F. de los Ronderos‐, empezando los trabajos en
1877 24, lo que permite suponer que la quinta de Canillejas sea obra de los
mismos autores, pues el X marqués de Bedmar formaba parte – en representación
del Senado‐ de la Junta de inspección y vigilancia encargada de controlar los
trabajos de la nueva prisión 25 y tendría trato con Aranguren y Adaro, por lo
que no resultaría extraño que les encargarse la reforma monumental de su
quinta.
La Quinta del marqués de Bedmar (Torre Arias) en un dibujo de M. Ojeda grabado por “A”.
16 de septiembre de 1877
El texto que acompañaba a La imagen del palacio
informaba de que “esta quinta, que recientemente se ha visto honrada con la
visita de S. M. D. Alfonso XII y con la presencia de la Emperatriz Eugenia, es
digna del exquisito gusto, peculiar de su dueño”. “Hace veintisiete años que lo
que hoy es lujosa quinta no era otra cosa que un huerto con escaso arbolado y
una antigua y pobre casa de labor” (Señal de la decadencia sufrida por el lugar
durante su complicado disfrute por la casa de Medina‐Sidonia, a pesar de que
esta exagerada descripción se ve influida por el carácter laudatorio del
artículo y por el radical cambio de gusto sufrido por la sociedad a lo largo
del siglo XIX. ALBAREDA, José Luis: “Quinta del Excmo. Sr. Marqués de
Bedmar”, 16 de septiembre de 1877)
“La actividad y la inteligencia del hombre
transformó aquellos campos, casi sin cultivo, en un lugar donde la producción y
el recreo, donde las fragantes flores y sabrosos frutos, donde la arquitectura
y la mecánica, donde el laboreo de las tierras, el cuidado y la selección en la
crianza de los animales, donde la industria, en fin, complementando a la
agricultura, traen a nuestra imaginación lisonjeras consideraciones”. “Una
superficie de cuarenta y cinco fanegas de tierra, cercada por una segura y
duradera pared de piedra y ladrillo, constituye la parte de recreo de la finca,
y fuera de muros se extienden mil doscientas cincuenta fanegas más que el
marqués (…) comprara a los Duques de San Pedro y de Zaragoza. Dentro de las
tapias se admira el arte, la comodidad, el gusto, la pericia, hasta el lujo.
Fuera de ellas está la labranza, la producción, la riqueza”.
“La quinta propiamente
dicha se encuentra admirablemente poblada por árboles de fruto, de hoja perenne
y de flores, formando en su distribución alineadas calles, bosques, jardines,
laberintos, emparrados, viveros y cuanto pueden inventar la floricultura y la
horticultura modernas. Tres grandes estufas, dos de ellas con poderosos
caloríferos Termosgphon, conservan de diez a doce mil macetas de las más
caprichosas y variadas flores”. “Multitud de hoyas o bastidores con cristales
nos ofrecen los más exquisitos y delicados frutos y legumbres”. “Dos fuentes,
llamadas La Isabela y La Minaya, derraman sus ricas y abundantes aguas, y con
ellas y con dos gigantescas norias, cuyo fondo nunca se ve seco, se riegan la
huerta y los jardines. Un lavadero provisto de calderas, alguna de ellas de vapor,
y bombas para las lejías confeccionadas con sales, forman el admirable
concierto de la economía doméstica y de la industria mecánica. Un departamento
de tiro de pistola, con su placa de hierro fundido a la entrada, y una
pintoresca casita, ofrece interesante perspectiva desde aquellas frondosas
galerías, y forma agradable contraste con la preciosa casita del jardinero
jefe, construida por el modelo de los chalets suizos. Este edificio consta de
dos pisos, con cómodas y espaciosas habitaciones y con dependencias para la
conservación de semillas y frutos”.
“En medio de este
pintoresco verjel se levanta orgulloso el palacio, de construcción moderna,
estilo alemán, por decirlo así, con cuatro fachadas, torre, reloj, cinco
pararrayos, seis veletas y un espacioso patio en su centro. En su planta baja
se encuentran las oficinas de contaduría y administración, las cocinas,
comedores, cuartos de baños, cocheras y demás dependencias para criados,
caballeriza, guadarnés, organizado todo con esmero y buen gusto. Una espaciosa
escalera de mármol conduce desde el vestíbulo al piso principal, donde se
encuentran el oratorio profusamente adornado; salones tapizados con el mayor
gusto y representando distintas épocas; una biblioteca enriquecida con muchos
volúmenes y manuscritos, entre los cuales hay verdaderas joyas de nuestra
literatura e historia; galerías con armaduras que recuerdan los siglos XV y
XVI; panoplias modernas; y armas sueltas de distintos sistemas y de todas
clases; comedores decorados con el mejor gusto, y multitud de habitaciones con
pisos de maderas pulimentadas, donde con la mayor comodidad pueden hospedarse
de cincuenta a sesenta personas”.
“Al lado del palacio, y
describiendo una espaciosa calle, se encuentra la gran casa de labor, en cuyo centro
se extiende un inmenso patio rodeado de edificios, donde están el lagar para
pisar uva; la bodega, provista de una prensa Wood; el granero, con pavimento de
asfalto, con buenas condiciones de ventilación y con todo lo necesario para la
entrada, conservación y salida de los granos; extensos pajares, cuadras y
establos para las yuntas y para el ganado de la labranza; habitaciones para el
capataz y los criados, y guadarnés agrícola; un cobertizo para los carros;
fragua completa; gallinero; palomar con su torre; casa de vacas, con
departamentos para la lechería y fabricación de la manteca; cochineras o
zahúrdas para los cerdos, y casa de aves, donde se obtienen por medio de
incubadoras artificiales multitud de pollos de gallinas y de pavas, que se
sirven luego a la mesa convenientemente aderezados, por ser uno de los manjares
favoritos del dueño de la quinta”.
“Las tierras de labor
que circundan la huerta y los jardines, y que, como hemos dicho, constan de mil
doscientas cincuenta fanegas, están cultivadas la mayor parte por la casa con
diez pares de mulas y algunas otras de bueyes, empleándose los arados de
vertedera y la famosa máquina de limpiar granos, o criba de rotación, sistema
Ransomes y Sicus; la rastra o grada y la máquina de recoger el heno, paja y
espigas, sistema Howard”.
“Los viñedos, que
constan de treinta y dos mil pies, tienen unas doce mil cepas de Burdeos,
procedentes de Chateau‐Margau, propiedad de los señores Aguado (Sin duda, una
errata por el célebre Château‐Margaux, que efectivamente pertenecía entonces al
banquero español Alejandro Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir).
Todos ellos están defendidos por vallados, y en su centro contienen la casa del
guarda, que hace cinco años se levantó, tres después de la plantación de las
vides. Al lado de la casita del guarda hay un pozo, cuyas aguas potables se
descubrieron a pocos metros de profundidad”. Por último, “sólo una cosa por
decir, y es que parece mentira que el camino que conduce de Madrid a esta
agradable posesión y al inmediato pueblo de Canillejas esté casi intransitable,
y que la Diputación Provincial no haya tenido en cuenta, o no procure
replantear y componer la carretera, que sobre ser empresa útil, no debe por
otra parte costar mucho” (Todavía cuarenta y cinco años más tarde, el cronista
Monte‐Cristo (RODRÍGUEZ RUIZ DE LA ESCALERA, Eugenio) rememoraba este
difícil acceso: “los caminos estaban malos y escasamente alumbrados (…). Los
invitados poníanse de acuerdo para ir al mismo tiempo, en sus carruajes de caballos,
tres o cuatro familias con objeto de protegerse y ayudarse unas a las otras,
todo lo cual daba mayor interés a la excursión, que revestía los caracteres de
un accidentado viaje. Más compensábales de las molestias el agrado y
cordialidad del recibimiento, el fresco delicioso que en el extenso parque se
disfrutaba, pues ya entonces era magnífica la arboleda”. “La Quinta de
Canillejas de los condes de Torre‐Arias”, en Blanco y Negro. 23 de julio de
1922)
Esta completa
descripción permite apreciar la enorme reforma efectuada por el marqués de
Bedmar, que destinó a jardín de recreo el espacio cercado que antaño constituía
la posesión, rodeándola a cambio de tierras productivas para mantener su
carácter mixto como lugar de recreo y finca agrícola. Asimismo reconstruyó el
palacio y dotó a la propiedad de innumerables construcciones auxiliares
–estufas, vaquería, casas de guardas y jardineros, etc.‐ que en buena parte
todavía se conservan.
Una nueva descripción
anónima, publicada por la misma revista en 1880, describe la fiesta que todos
los años, “antes de salir para el extranjero” de vacaciones, daban los
propietarios a “los habitantes de Canillas y sus contornos”; y no duda en
presentar la propiedad como “un edificio que parece un castillo feudal, por su
sólida y majestuosa construcción”, que se levanta “por entre espesa arboleda”,
y cuya fama hacía innecesario nombrarla pues “basta decir: «voy a la Quinta,
vengo de la Quinta», para que todo el mundo sepa de cuál se trata”, pues “en
este sitio no hay otra como la de los marqueses de Bedmar”. Con motivo de esta
fiesta pública se organiza un baile popular y se levanta “una elevadísima
cucaña, colocada en el centro de espaciosa plazoleta”, y “en el término de este
elevado y resbaladizo palo, contonéase un soberbio jamón, diciendo: «comedme»;
a su alrededor, una bolsa con dinero, un pañuelo de seda, un respetable
cuchillo de monte, unos cubiertos de plata y otras cosas más, son los premios
destinados al que, consiguiendo llegar hasta ellos, pueda coger uno”. Tras la
cucaña se ofrecen “copas con bebidas refrescantes, y vasos con vino, servidos
en elegantes bandejas de plata”, y al llegar la noche “los farolillos a la
veneciana sustituyeron a la claridad del día, sin que cesara el baile más que
durante la comida, compuesta de variados manjares, y en la cual reinó el
consiguiente regocijo” (Este mismo artículo nos informa de que la marquesa de
Bedmar y la duquesa de Osuna sostenían una escuela para niñas “establecida
recientemente en Canillas”. M.: “La Quinta”, en El Campo, 16 de agosto de
1880).
Tres años después
falleció el X marqués de Bedmar, dejando a su viuda, Carolina Juana Montafur
García‐Infante, como heredera del palacio madrileño de la calle de Génova, de
la “casa de jornada” en Aranjuez y de la quinta de Canillejas con las fincas
circundantes “radicadas en este término municipal y en los de La Alameda,
Barajas, Canillas, Alcobendas, Hortaleza y Vicálvaro, tasado cada uno de estos
tres conjuntos en 400.000, 10.000 y 311.293 ptas., respectivamente. En el
último se integraba la casa‐quinta palacio y huerta, con su cerca de fábrica,
palomares, estanques, arquillas de registro, lavadero, corralón, aguas, árboles
frutales y de otras especies, lindante a todos aires con tierras de la misma
pertenencia y cuya superficie se fijaba en «41 fanegas de medida de 400
estadales o 14 hectáreas, 27 áreas, 69 centiáreas y 38 dm 2 »”; estimándose su
valor en 96.336 ptas. 30 .
Un inventario fechado
en 1885 nos permite conocer algo más del interior del palacio, que en planta
baja contaba “a la entrada el vestíbulo, con dos jardineras de bambú, dos
bancos y una mesa de madera tallada y nueve jarrones de porcelana”; mientras
que “la zona de servicio estaba configurada por catorce alcobas para criados,
con su cama, lavabo, armario y silla, el comedor para éstos, la cocina y la
repostería”.
“La escalera principal, con «dos columnas con sus
lámparas» y cuatro jardineras” conducía al piso superior, “el ámbito más
público”, que “estaba constituido por el saloncito, con sofá, silla, cuatro
mesas, dos chineros y un reloj, el comedor, con su mesa, dos aparadores y doce
sillas de nogal, éstas «muy usadas»(…) y sobre todo el gran salón, con dos
sofás grandes y cuatro pequeños, dos muebles imitando bronce, varias cómodas de
diversos tipos, ocho sillones y cuatro sillas de tapicería, una araña, un
piano, tres alfombras, un espejo y varios elementos de gusto oriental, como
«dos negros de madera», un biombo o las diez sillas de paja”. “Más privados
eran la antecapilla, adornada con tres columnas de madera con sus jarrones de
porcelana y dos sillas talladas, la capilla con su altar, varias reliquias y un
cuadro al óleo presidiéndola, la biblioteca, con sus armarios, mesas, vitrinas
de estampas y araña «de imitación de bronce» en el techo, y el saloncito
verde o despacho, con su mesa de escribir, sillones, mesa de juego de madera
tallada y otra pequeña de palo santo. Ya estrictamente estancias familiares eran
el cuarto de dormir de «estilo persa», con su cama con colgadura, cómoda y
sofá, el de vestir, del mismo carácter, con su armario de luna, mesa para
lavabo, «con su juego de cofainas y jarros», sillas, sofás, reloj y
candelabros, y un sinfín de alcobas y gabinetes, adecuadamente amueblados”.
Además, “el número de
huecos al exterior o al patio indica la importancia y tamaño de cada
habitación, destacando los tres balcones del salón, dos en el saloncito y en el
despacho y uno en el resto”, aunque algunas sólo “contaban con ventanas, tal
vez por hallarse en otro nivel o sector palacial” (Así, el numerado en el
inventario “con el 6, éste «compuesto por tres cuartitos», es decir, salón
dormitorio y vestidor; y el 7” también).
5‐ Por fin, Torre Arias
“En La Quinta siguió
recibiendo la marquesa de Bedmar –en el verano del 85 celebrábase allí el
último baile, al que asistían D. Alfonso XII y doña María Cristina‐” ; pero
poco después y en cualquier caso antes del fallecimiento en 1891 de aquélla,
pues la quinta de Canillejas ya no figura en su testamento‐ se produciría un
nuevo traspaso de la propiedad, que fue adquirida por María Josefa de Arteaga
Silva, esposa del VII marqués de la Torrecilla, que se la cedería a su hija
María de los Dolores de Salabert Arteaga, VIII marquesa de la Torre de Esteban
Hambrán, quizás con motivo de su boda en 1887 con el VI conde de Torre Arias,
Ildefonso Pérez de Guzmán el Bueno, cuyo título nobiliario daría a la propiedad
la denominación por la que es actualmente conocida. Aunque el plano de Facundo
Cañada López de hacia 1900 –que la representa parcialmente y con escasa
precisión la denomina todavía “Quinta de Canillejas”, dando al Camino de la
Quinta que la circundaba por sus bordes oriental y septentrional el título de
“Camino de Chamberí y la Concepción” y bautizando al torrente que la atraviesa
como “arroyo de Puente Tranzos” .
Un escueto reportaje
publicado en Mundo Gráfico en 1912 nos da nuevos datos, pues a los de sus
entonces propietarios (Este reportaje cita escuetamente la compra de la finca
“por la difunta marquesa de la Torrecilla” de quien la heredó” su hija, la
condesa de Torre Arias”. “Residencias aristocráticas”, 4 de septiembre de
1912), añade interesantes fotografías de época así como una ligera descripción:
“«La Quinta» es una posesión magnífica, con extenso campo, poblada de árboles y
embellecida con elegante jardín. Semejante a las casas de campo inglesas, haría
un papel airoso en los alrededores de Londres. Los condes de Torre Arias suelen
pasar en la finca las temporadas de primavera”. “La casa, construida de
ladrillo, es elegante y espaciosa. En su interior está decorada y amueblada con
el arte y el buen gusto que caracteriza a sus ilustres propietarios. Es muy
hermoso el salón de baile, que no tardará en inaugurarse con alguna gran
fiesta”. “Muy elegante y lindo también el saloncito del piso bajo, donde los
condes obsequian a sus amigos con el té. En el centro del palacio hay un
espléndido patio con jardín. Cerca de la casa hay un magnífico campo de tenis,
donde casi todas las tardes de primavera se juegan animadas partidas”.
“Entre las dependencias
del palacio llaman la atención la perrera, donde, por medio de la selección, ha
conseguido el conde magníficos ejemplares de galgos de pura raza española; las
cuadras, perfectamente montadas, con boxes para los caballos, que son un
verdadero modelo; el gallinero, en el que se admirarán preciosos ejemplares de
gallinas enanas del Japón, traídas por el duque de Medinaceli”; siendo la
vaquería de la finca “otro modelo de organización. En la misma Suiza no se
encontraría mayor perfección ni más cuidadosa higiene” .
Al año siguiente, “La
Quinta de Torre Arias” fue el escenario escogido para la petición de mano de la
hija menor de los condes de Torre Arias por los de Romanones para su hijo, el
conde de Velayos. Con este motivo, “las hermosas avenidas estaban iluminadas
con focos eléctricos”, destacando en el fondo del jardín “la elegante casa,
cuyas estancias estaban abiertas e iluminadas”; mientras que “el comedor,
decorado con bellas obras de arte (La
importante colección artística de los condes de Torre Arias ‐suma de las
heredadas de los marqueses de la Torrecilla, de los de Santa Marta, y del duque
de Ciudad Real‐ contaba con importantes cuadros flamencos, de Tiépolo y de
Goya, entre otros muchos), lucía adorno extraordinario de flores” .
Nueve años más tarde,
un nuevo reportaje publicado en Blanco y Negro ‐firmado por Monte‐Cristo,
seudónimo del cronista Eugenio Rodríguez Ruiz de la Escalera‐, nos informa de
“algunas mejoras” que “se han realizado allí por sus actuales propietarios,
ente ellas la gran puerta de entrada, formada por esbeltas columnas de piedra;
el alumbrado eléctrico y otras, que la han convertido en una de las más bellas
residencias de los alrededores de Madrid”; debiendo señalarse la probabilidad
de que dicha puerta monumental con su reja de hierro forjado enmarcada
por parejas de columnas toscanas colocadas sobre altos pedestales, y
respaldadas por grandes pilares graníticos que comparten un entablamento común
sobre el que descansan sendas piñas‐ provenga de alguna edificación anterior,
pues su diseño neoclásico romántico –tan semejante al de la puerta del Casino
de la Reina construida por Antonio López Aguado en 1818 permite fechar su
ejecución en la primera mitad del siglo XIX.
También “se instalaron
en sus espléndidos jardines los courts del tennis, sport indispensable a la
juventud aristocrática de nuestro tiempo; (y) se colocó el juego del croquet,
grato a las personas mayores”, y se siguió mejorando “la parte práctica”, pues
el VI conde de Torre Arias “en sus magníficas cuadras estableció parte de su
yeguada (fig. 15), en un pabellón muy capaz instaló la lechería, en gran
espacio abierto albergó las más raras especies de gallinas y aves de corral y
le mereció también particular acierto y protección la perrera”. De este modo,
“La Quinta de Canillejas es actualmente, no sólo una soberbia y agradable finca
de recreo (…) a las mismas puertas de Madrid (…), sino una verdadera granja
modelo”, en la que además se celebraban magníficas recepciones, a las que
alguna vez asistieron “los reyes D. Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia” (A
título de anécdota puede referirse que fue desde una tribuna construida al
efecto en la finca París de los condes de Torre Arias en el Plantío, lindante
con las cercas de El Pardo, que buena parte de la nobleza madrileña admiró por
vez primera a la princesa Victoria Eugenia, recién llegada a Madrid para
casarse con el rey Alfonso XIII, 26 de mayo de 1913), aunque en ese año de 1922
permanecían “cerrados para toda fiesta los salones y jardines” por la reciente
muerte del hijo menor de los condes, caído en la Guerra de Marruecos .
Por esas fechas también
debió producirse la cesión del terreno que ocupa la cercana Quinta de Los
Molinos, que el VI conde entregó a su amigo el arquitecto alicantino César Cort
Botí como pago por el diseño y la construcción del palacio familiar en la calle
del General Martínez Campos (Este palacio es el que se levanta en la esquina de
la calle citada con la de Fernández de la Hoz, y fue promovido por el yerno del
VI conde ‐Luis de Figueroa Alonso‐Martínez, conde de Velayos‐ como casa‐
palacio para “tres familias próceres”, según diseño del citado César Cort Botí;
comenzando las obras en 1922. En la actualidad es la sede de la Fundación
Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, creada en 2012 por la VIII condesa de Torre
Arias. “Magistratura de Trabajo (Antigua casa‐palacio del conde de Velayos)”.
Tres años después César Cort comenzó a construir la Quinta de Los Molinos – que
amplió con sucesivas compras‐ para su propia residencia privada).
Todavía en 1936 la
propiedad pasaría a manos de Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno Salabert, VII
conde de Torre Arias tras el asesinato de su padre el 24 de julio de ese año,
en los albores de la Guerra Civil. Tras la misma, son muy escasos los datos
sobre la Quinta de Torre Arias, más allá de su aparición en planos como el
Parcelario Urbano de Madrid de 1955, que recoge la silueta del palacio,
destacando la torrecilla de la fachada y una fuente polilobulada en el patio,
mientras que el corral trasero cobija un estanque semicircular. Asimismo
aparecen buena parte de los estanques, invernaderos y casillas ya citados, pero
sorprende la red de caminos que se abren en abanico a partir de una puerta
trasera aparentemente secundaria; aunque lo más interesante con respecto al
plano de 1861 es la modificación del límite suroccidental de la propiedad, cuya
tapia se ha desplazado hasta el borde mismo de la carretera de Aragón–la actual
calle de Alcalá‐, absorbiendo casi la antigua casilla de peones camineros, que
aún se conserva (La aparición en este plano se justifica desde la
absorción del antiguo pueblo de Canillejas por la capital en 1949).
Una nueva fuente de
información, las fotografías aéreas , se limitan a mostrar lo ya consignado,
sin apenas cambios en lo arquitectónico pero sí en la ordenación de los
cultivos, que desde 1946 a 2001 muestran la progresiva pérdida de las trazas
históricas consignadas en el plano de 1861 antes citado, con la desaparición de
la mayoría de las calles arboladas que dividían las tierras del sector
meridional de la propiedad –al sur del arroyo‐ en una cuadrícula de huertas y
plantíos.
Por desgracia, durante todo
este periodo la propiedad permaneció cerrada a toda persona ajena a la familia
condal, hasta el punto de impedir los “estudios arquitectónicos, ecológicos
agrónomos y medioambientales”, como señala el tantas veces citado Lasso de la
Vega, cuyas gestiones para poder visitarla fueron siempre infructuosas ‐“aun
demostrando previamente el conocimiento que sobre la misma se tenía y el
interés puramente histórico”‐. Y de modo paradójico, es este cierre el que nos
impide conocer más pormenorizadamente la evolución del lugar y sus edificios
precisamente en el momento más cercano a la actualidad, cuando debíamos tener
más información.
6- Tierno Galván y el acuerdo de cesión gratuita obligatoria
En 1978 Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno Seebacher
heredó de su padre el título de VIII condesa de Torre Arias y la propiedad de
la Quinta de Canillejas, ya conocida como Torre Arias hasta el punto de recibir
ese nombre la estación de Metro que desemboca en su puerta principal. En
este momento es “la única gran finca del término municipal de Madrid que
guarda todavía su doble carácter, particular y residencial, unido a su
inestimable antigüedad”, pues fue creada “al poco de asentarse aquí la Corte”.
Afortunadamente, un convenio promovido en 1985 entre
el Ayuntamiento de Madrid durante la alcaldía de Enrique Tierno Galván y los
condes de Torre Arias estableció que la Quinta de Canillejas pasase a propiedad
municipal como cesión gratuita obligatoria a cambio de los aprovechamientos
concedidos sobre más de 170.000 m2 de suelo perteneciente a los condes, que se
recalificaron como urbanizables en el Plan General de Urbanismo, que le
reportaron alrededor de 500 millones de las antiguas pesetas de ese año, aunque
el acuerdo no se firmó hasta el 30 de julio de 1986, con la condición de
suspender la entrega de la Quinta hasta el deceso de los condes, que la seguían
habitando.
Fallecido el conde en 2003, y la VIII condesa de Torre
Arias el 1 de octubre de 2012, se puso por fin en marcha el convenio acordado
con el Ayuntamiento; pero aunque la finca ya figuraba inscrita y registrada a
su nombre, se buscó un acuerdo con la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el
Bueno, que lleva el nombre de la difunta condesa y que se encargaba
supuestamente de mantener el palacio y sus jardines en perfecto estado y que no
cumplió; previéndose ya en febrero de 2013 su próxima apertura al público, pues
en el convenio se imponía la condición de que el espacio se empleara como
parque público y para servicios a la ciudad, aunque en un primer momento la
Fundación solicitó seguir usando “la finca para fines culturales” a cambio de
costear su mantenimiento. Sin embargo, ante la posible falta de seguridad para
los paseantes ‐por el mal estado de conservación de los jardines ‐ la apertura
prevista se vino retrasando, y un año después todavía la Quinta de Torre Arias
no recibió más que contadas visitas de responsables municipales, sin
hacer ningún tipo de actuación.
Aun así, las imágenes aportadas por la prensa y los
afortunados visitantes han permitido apreciar el inmenso valor del conjunto,
pues además de una extraordinaria vegetación con algunos ejemplares
excepcionales de cedros y almendros centenarios, e incluso una encina a la que
se calculan 400 años de Antigüedad hay que citar la presencia de
numerosas construcciones singulares de uso agrícola, como invernaderos
puentes que cruzan el arroyo, un lavadero, estanques y norias, casillas
de empleados, el matadero.
Las construcciones decorativas del jardín incluyen
fuentes y elementos ornamentales, un pabellón y un cenador. Pero la pieza más
destacada es sin duda el conjunto formado por la casa de labor y el propio
palacio anejo, cuyo interior merece una consideración aparte.
7- Nace la Plataforma
A principios de 2014 el Ayuntamiento de Ana Botella
pretende aprobar un plan especial sobre Torre Arias y que es contestado por Las
representantes de PSOE e IU, Carmen Sánchez Carazo y Raquel López
en los plenos municipales.
En febrero de 2014 Raquel López concejala del
Ayuntamiento de Madrid por Izquierda Unida informa a la AAVV de la intención
del Ayuntamiento de Madrid de privatizar la Quinta de Torre Arias para cederla
a la Universidad de Navarra, que no es otra que el Opus Dei. En ese instante
los integrantes toman la decisión de convocar a los vecinos y vecinas del
Distrito a asistir a una asamblea abierta informativa con el fin de tomar decisiones
al respecto.
Se toma la decisión de hacer la 1ª
Convocatoria el martes 25 de febrero a las 19,30 h en A.V. Amistad de
Canillejas. En esta convocatoria asisten unas 60 personas. Allí se toma la
determinación de organizarse activamente para afrontar la situación. Y es
en este momento en el cual empieza a gestarse una plataforma en defensa
de la Quinta, constituida con el apoyo de los partidos políticos PSOE e IU,
sindicato CCOO, diversas asociaciones vecinales, entidades ciudadanas y sobre
todo por vecinos y vecinas del distrito de forma desinteresada.
Y La Plataforma Vecinal Quinta de Torre Arias
(25 de Febrero) nace a partir de aquí con el único fin de intentar parar la
privatización de un Espacio como Torre Arias que es de propiedad pública.
Una de las decisiones es elaborar un comunicado que
recoja el sentir de la asamblea. Se convoca a una próxima reunión para
establecer los pasos a seguir.
En esta 2ª Convocatoria 5 de marzo se
constituye la Plataforma Vecinal Quinta de Torre Arias. Asisten Concejales
de PSOE e IU, Sindicato CCOO, Asociaciones de Vecinxs
Las Musas, Las Rosas, Plataforma Vecinal San Blas, Amistad de Canillejas, AP 15
M San Blas-Canillejas, y algunxs vecinxs de modo individual pero
participativo.
Se acuerda:
-
tratar de hacerse con la documentación de la cesión de la finca al Ayuntamiento
-
informar en el Pleno Alternativo de la constitución de la Plataforma
-
dar a conocer a la opinión pública el comunicado elaborado
-
convocar una concentración lúdico-festiva y asamblea abierta el día 30 de marzo
a las 12 h. en el parque aledaño
El 30 de marzo se convoca la primera concentración y
se comunica que los últimos domingos de cada mes volveremos a concentrarnos.
Más adelante en otra convocatoria de reunión de la
Plataforma a principios de Junio del 2014 se integra oficialmente a la misma
una representación de Podemos que habían estado apoyando a la plataforma
individualmente los meses anteriores.
El 29 de Mayo de 2014 el Ayuntamiento dirigido por el
Partido Popular pretende asignar jardines y palacio aprobando un plan
especial‐que históricamente siempre han constituido un conjunto unitario, como
ya se ha visto‐ a distintos departamentos; entregando aquéllos al Área de Medio
Ambiente, y éste a la Dirección General de Patrimonio. Como resultado de esta
escisión se plantea la posibilidad de llegar a un acuerdo con una entidad
privada ( Universidad de Navarra perteneciente a Opus Dei) para cederle el uso
del edificio principal a cambio de su rehabilitación y mantenimiento, lo que
implicaría segregar la casa de recreo y de labor del jardín que la circunda y
que le da sentido, incluso físicamente, pues es difícil concebir el
funcionamiento de la institución universitaria sin entrada de vehículos propia
ni control de accesos y la presumible ejecución y construcción de un edificio
anexo al palacio con la consiguiente demolición de varias construcciones
históricas de la Quinta.
Dado que la Quinta está calificada en el Plan General
de Ordenación Urbana de Madrid vigente de 1997 con uso dotacional en su clase
de Zona Verde singular, específico Parque Urbano, e incluida en el
Catálogo de Parques y Jardines de Interés con Nivel 1 de Protección, pero las
edificaciones dispersas por el parque estaban sin ordenar desde el punto de
vista del planeamiento, se planteó la necesidad de elaborar un Plan Especial
para proteger los elementos singulares comprendidos en el ámbito, incluyéndolos
en el Catálogo de Edificios Protegidos. Sorprendentemente, este Plan Especial
‐que el 26 de mayo de 2014 recibió un informe jurídico favorable por el
Servicio Jurídico Administrativo de la Dirección General de Planeamiento del
Área de Gobierno de Urbanismo y Vivienda del Ayuntamiento (ANEXO 4), siendo
aprobado inicialmente tres días después‐ otorga Nivel 1 grado Singular sólo a
la caseta de la entrada y al edificio del palacio con sus caballerizas, aunque
de modo insólito se autoriza “la modificación de algunos huecos de fachada de
la parte recayente al patio del cuerpo adosado al edificio principal, así como
en la fachada exterior norte y oeste de las caballerizas”; “dejando sin
protección el resto de las edificaciones, por considerar que carecen de
valores” a pesar de su probada antigüedad y su relevancia en la configuración
del doble papel de la Quinta de Torre Arias como casa de recreo de sus
propietarios y finca agropecuaria.
Paradójicamente después se especifica el
“reconocimiento, valoración y protección del resto de elementos singulares
existentes (puentes, fuentes, estanques, etc.) que contiene la finca
incorporando unas condiciones de restricción que se asimilan a las del Plan
General, como un catálogo de elementos singulares”.
Uno de los procesos legales ante un plan especial como
este es la presentación de alegaciones ante el ayuntamiento del PP
liderado por la “inigualable” Ana Botella, con lo que desde la Plataforma se
anima a hacerlas individualmente para presentarla antes del 3 de Julio. Pueden
presentarse personalmente o llevarlas a la A. V. Amistad de Canillejas un día
antes de esa fecha. El total de las mismas alcanzó unas 1500 alegaciones.
Madrid Ciudadanía y Patrimonio toma la decisión de
presentar con fecha de 7 de Julio de 2014 una solicitud de declaración de la
Quinta como Bien de Interés Cultural ante la Comunidad de Madrid.
En el Pleno del Ayuntamiento del Miércoles 30 de Julio
el PP aprueba con los votos que le otorga su mayoría absoluta el Plan Especial
para Torre Arias.
Ante lo delicado de la situación, en vista de que el
Partido Popular sigue con su decisión de privatizar Torre Arias entregándosela
a la Universidad de Navarra perteneciente al Opus Dei, surge la
propuesta de presentar un Recurso Judicial con la intención de paralizar
los planes del Ayuntamiento contra un bien colectivo como es la Quinta de Torre
Arias. Las reticencias de la mayoría de colectivos es grande por su viabilidad
ante lo que eso supone económicamente, ya que ese es el último camino que
queda. Los representantes de Podemos que habian recibido respuesta del
ayuntamiento a sus alegaciones con el respaldo de su círculo deciden seguir
adelante con el recurso judicial, lo que no es necesario ya que se suman otro
compañero de la Plataforma(5 personas en total), La asociación de Vecinos
Amistad de Canillejas y la FRAVM(Federacion Regional de Asociacioines de
Vecinos)
El coste del recurso al ser muy elevado (de 3.000 a
4.000 euros) “gracias” a la subida de tasas judiciales aprobada por el ministro
Alberto Ruiz-Gallardón (PP) preocupa a la mayoría de colectivos, pero como
todos ya sabéis, (y si no ya os lo digo yo) gracias a la solidaridad de los y
las vecinas aportando pequeñas cantidades económicas en las concentraciones y
convocatorias y con la venta de nuestras bonitas camisetas reivindicativas se va
recaudando lo suficiente para ir pagando los tramites de los cuales se
encargara el abogado Raúl Maíllo sugerido por la FRAVM, el cual
interpone un Recurso Contencioso-Administrativo acompañado de la solicitud de
medidas cautelares el 22 de Octubre de 2014, último día de plazo.
Mientras tanto en reuniones anteriores habíamos
decidido convocar una gran manifestación que recorriera las principales
calles de Canillejas y terminase en la mismísima puerta de la Quinta el Domingo
día 26 de Octubre, la cual es todo un éxito de participación ciudadana
superando el millar de asistentes y con la actuación de él Guiñol del 15M
representando la obra sobre Torre Arias.
También destacar, gracias a la presión ciudadana con
sus movilizaciones la renuncia y retirada de la Universidad de Navarra (Opus
Dei) en aquellos días, aunque imaginábamos que podía ser una retirada provisional.
Como no podía ser de otra manera el Juzgado admite a
trámite las medidas cautelares propuestas por la Plataforma Q.T.R. representada
por el abogado Raúl Maíllo pues obviaba todo tipo de estudio que requiere un
entorno como este y a las cuales como no, se opone el Ayuntamiento del PP.
El PP perdia el juicio con la consiguiente apelación.
Mientras tanto también perdían la Alcaldia ante Ahora Madrid con el
apoyo del PSOE. Decir que el siguiente gobierno municipal asumió
el recurso a la espera de la sentencia definitiva del vergonzoso plan especial.
A día de hoy 1 de febrero de 2017, estamos a la espera
del nuevo plan especial que según noticias será más conservacionístas y
participativo, todo lo contrario que el anterior. Aun así tenemos como es obvio
cierto recelo tras todo lo acontecido y seguimos aportando nuestras ideas y las
que nos llegan, en materia patrimonial, medio ambiental y agroecológico. En su
día y a petición de la nueva Concejala Presidenta Marta Gómez Lahóz
le hicimos entrega de las propuestas de usos de la Quinta recogidas de los
vecinos y vecinas del distrito a lo largo de nuestra existencia y en la que
tenemos puestas muchas esperanzas.
8.- Conclusión:
Plan especial del PP:
De haberse aprobado el Plan Especial propuesto por el
PP, la Quinta de Torre Arias sufriría numerosas afecciones negativas.
‐ Proponía segregar el palacio de recreo con sus
construcciones auxiliares del parque ajardinado y dela finca agrícola que les
dan sentido, al plantear destinarlo a uso docente a cargo de una entidad
privada; dificultando la comprensión de las características singulares de una
quinta con uso mixto como casa de recreo y de explotación agropecuaria –tan
importantes para definir la imagen histórica de Torre Arias‐, e impidiendo
simultáneamente al pueblo madrileño el uso y disfrute del principal edificio de
la posesión.
‐ Autorizaba e imponía el derribo de valiosas
construcciones auxiliares –vaquería, matadero, perrera, casa de jardineros‐ de
singular importancia histórica para entender el funcionamiento tradicional de
una quinta de las características de Torre Arias, sólo con el fin de trasvasar
su edificabilidad a una nueva construcción proyectada por la entidad particular
que planteó una consulta a la Comisión Local de Patrimonio; incumpliendo así
absolutamente el objetivo declarado de los Planes Especiales como instrumentos
de protección con los que se “persigue específicamente la conservación y
valoración del patrimonio histórico y artístico”, nunca su demolición.
‐ Implanta una nueva edificación de dos plantas y
sótano adosada a la fachada oriental del antiguo pabellón de caballerizas anejo
al palacio, alterando un conjunto cuyo valor histórico‐artístico
paradójicamente reconoce el propio Plan Especial al otorgarle Protección Nivel
1 grado Singular. Esta construcción no sólo desfiguraría la imagen
arquitectónica de un elemento de reconocida importancia sino que alteraría la
traza del parque circundante al ocupar el lugar del antiguo viñedo.
‐ Faculta un régimen de obras que ampara, de modo
insólito, “la modificación de algunos huecos” de las fachadas exteriores y al
patio del cuerpo de caballerizas, al que –como se ha dicho en el punto
anterior‐ el propio Plan Especial otorga una Protección Nivel 1 grado Singular
incompatible con las reformas propuestas, que alterarían su imagen histórica.
‐ Proyecta la construcción de un estacionamiento ‐con
un mínimo de 106 plazas‐ en una parcela municipal aneja, sólo con el fin de
atender a las necesidades de aparcamiento de la institución particular a la que
se pretende entregar el palacio.
Frente a esta propuesta inasumible, se
propone:
‐ Garantizar la apertura a todos los ciudadanos del
palacio con sus construcciones auxiliares anexas, destinándolo preferentemente
a dotación cultural de libre acceso, de modo que se mantenga para los usuarios
la relación existente entre este edificio y el jardín circundante, facilitando
la comprensión de las características singulares de una quinta de uso mixto
lúdico‐agrario como Torre Arias.
- Conservar y consolidar todas las construcciones
auxiliares históricas supervivientes, identificándolas y poniéndolas en valor
con el fin de facilitar a los visitantes la comprensión del antiguo
funcionamiento de la quinta, que sólo puede entenderse desde su distribución
espacial y funcional; incluso poniendo en uso aquéllas que puedan
compatibilizarse con el uso recreativo del parque por los vecinos del barrio:
norias y estanques, invernaderos, viveros, huertas de frutales, viñedos,
olivar, plantíos, huertos, etc., estudiando la posibilidad de recuperar –sólo
con fines didácticos‐ instalaciones como la vaquería y los gallineros.
‐ Demoler estrictamente aquellas edificaciones sin
valor histórico ni artístico, como algunas casetas modernas o la casa nueva al
Este del palacio, cuya construcción nunca debería haberse permitido en una
finca incluida en el Catálogo de Parques y Jardines de Interés con Nivel 1 de
Protección; planteándose incluso una posible renuncia a su edificabilidad (en
torno a 300 m2), si no se encuentra un nuevo uso y ubicación compatibles con
los valores arquitectónicos y paisajistas del lugar.
‐ Renunciar definitivamente a la ampliación del
palacio y sus construcciones auxiliares, por tratarse de la pieza
arquitectónica más valiosa del conjunto, que sólo puede ser objeto de
restauración, con las obligadas concesiones para garantizar su adaptación a las
normativas actuales de evacuación y seguridad, pero procurando evitar
alteraciones que dificulten la comprensión de su complejo funcionamiento
original como casa de recreo de los propietarios, vivienda habitual de sus
criados y núcleo funcional de una explotación agropecuaria.
‐ Reducir la capacidad del estacionamiento para
adaptarlo a las estrictas necesidades del uso previsto del palacio, con las
imprescindibles plazas de aparcamiento para discapacitados; dedicando a parque
público el solar municipal anejo al límite septentrional de la Quinta para garantizar un entorno adecuado a los valores de la
misma, evitando el efecto barrera y la alteración
paisajística que provocaría destinarlo a edificaciones de cualquier tipo, dado
el carácter excepcional de la posesión‐ debería plantearse la conservación,
consolidación y rehabilitación de los diversos ámbitos en que se materializaba
el concepto fisiocrático de una finca concebida casi a modo de granja modelo,
con su palacio de recreo rodeado de jardines, su vaquería para ganado selecto,
su gallinero de aves exóticas, o su perrera para crianza de galgos, sin olvidar
instalaciones prácticas como el matadero, graneros, pajares y establos.
Igualmente el parque debería recuperar la combinación
de zonas de paseo plantadas con árboles de adorno, con áreas de cultivo
divididas en tranzones mediante calles rectilíneas arboladas, viñedos plantados
en hileras, huertas de frutales, y plantíos de olivares. Este planteamiento no
sólo ofrecería la mayor variedad a los paseantes que recorriesen la propiedad,
sino que sería de gran valor didáctico e interés ecológico; uniendo al
patrimonio material conservado, el inmaterial expresado en la recuperación de
prácticas y técnicas tradicionales de labranza y explotación del territorio hoy
ya casi olvidadas.
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