Historia



 LA QUINTA DE TORRE ARIAS

HISTORICAMENTE "LA QUINTA DE CANILLEJAS"


                      Indice:
               1.-  El origen de una Quinta de recreo
               2.-  La Quinta Aguilar en manos de la Casa de Osuna
               3.-  De los frailes de Santo Tomás a la Quinta de Garro
               4.-  El esplendor de la Quinta de Bedmar
               5.-  Por fin, Torre Arias
               6.-  Tierno Galván y el acuerdo de cesión gratuita obligatoria
               7.-  Y nace "La Plataforma"
               8.-  Conclusión


     La finca conocida como Torre Arias, junto al antiguo pueblo de Canillejas, cuenta con un capítulo propio en el magnífico estudio sobre las quintas de recreo en torno a Madrid realizado por el doctor arquitecto Miguel Lasso de la Vega Zamora: “Quintas de recreo. Las casas de campo de la aristocracia alrededor de Madrid”. Libro primero: Canillejas y Chamartín de la Rosa; Libro segundo: Los Carabancheles. Además, el propio Lasso de la Vega escribió la ficha correspondiente a la Quinta de Torre Arias para la guía Arquitectura de Madrid, editada por la Fundación COAM. “Posesión de recreo de los condes de Aguilar, luego de los marqueses de Bedmar”.

 1‐ El origen de una quinta de recreo
      El germen de la actual finca de Torre Arias fue constituido “entre 1580 y el 29 de julio de 1602”, cuando otorgó testamento su creador, el I conde de Villamor, García de Alvarado Velasco, rico criollo perulero que gozaba excepcionalmente de una encomienda en Indias a pesar de estar establecido en la Corte. Por ese testamento sabemos que el conde había formado dicha propiedad agregando “tierras de diversos propietarios” para crear “una quinta cercada, con «palacio, huerta, palomar y demás que comprende»”, que fue incorporada al mayorazgo creado para su hijo mayor Alonso de Alvarado; siendo muy probable que este primer palacio se corresponda con la casa actual, pues la documentación subsistente de los siglos XVII al XIX solo recoge “reparaciones, alguna reconstrucción, conforme a su espíritu primitivo, y mejoras diversas”. El palacio, de planta cuadrangular de aproximadamente 26x26 m, se organizaba en torno a un patio cuadrado de 13x13 m, “y contaba con un torreón esquinero al sureste, elemento propio de la tipología de villa, con doble función: dominio del paisaje y disfrute de las vistas, y símbolo señorial desde el exterior”. “En cuanto al primitivo interior (…), contaba con dos niveles: bajo y principal, más cueva y desvanes”, destacando “el zaguán, solado de piedra, y la escalera principal, de madera excepto los primeros peldaños graníticos, tres tramos y ojo central, comunicada con aquél y a su vez con el patio central”. “Los muros de las fachadas eran completamente de albañilería sobre cimientos de pedernal y zócalo de cantería de piedra berroqueña, coronados por aleros de madera y cubierta de teja (…), con balcones en los huecos del piso principal y rejas en los del inferior”; destacando al exterior “la escalera de sillería y doble ramal, con barandillas de hierro forjado entre pedestales” adosada probablemente al frente meridional para facilitar la “comunicación con el jardín”.
       Tras la muerte del fundador en 1604, La propiedad pasó al II conde de Villamor, el citado Alonso de Alvarado, que sólo cinco años después , el 13 de febrero de 1609, obtuvo un Real Decreto del rey Felipe III por el que se le permitía venderla –segregándola del mayorazgo‐ para redimir “un censo y con el resto comprar un juro”. La quinta pasó entonces aparentemente a manos de Pedro de Ledesma, secretario de Su Majestad, que “pagó 4.000 ducados por «la casa quinta, palacio, huerta, palomar y demás que comprende dentro de sus cercas», aunque curiosamente la existencia de esta transacción no supuso la pérdida del dominio y disfrute por (…) los descendientes de los condes de Villamor”, pues probablemente la compra de la quinta fue pagada por el propio conde Alonso de Alvarado para “poder disponer de ella libremente, ajena a toda vinculación”, aunque en un nuevo censo impuesto sobre la propiedad en 1623 volvió a reconocerla vinculada al mayorazgo. Y sólo cuatro años más tarde, el 6 de marzo de 1627, Felipe IV le vendió el señorío de todo el lugar de Canillejas ‐hasta entonces de realengo‐; aunque quinta y señorío volvieron a desvincularse un lustro más tarde, pues tras la muerte sin descendencia del II conde de Villamor en 1632, la primera –junto con el título condal‐ recayó en su hermano Gaspar Antonio de Alvarado, y el segundo en su viuda.
 Recayó después la propiedad en la IV condesa, María de Velasco Alvarado ‐hermana del III conde, incapacitado tras perder la razón‐, y de ésta a su hija la V condesa de Villamor, Ana María de Mendoza Alvarado, que casó con el VIII conde de Aguilar; pasando a conocerse la quinta de Canillejas como la “casa de Aguilar” durante los dos siglos siguientes. Y aunque el hijo de ambos, IX conde de Aguilar y VI de Villamor, residió en Valladolid durante un tiempo, en 1670 la familia ya había regresado a la Corte, donde se celebró el enlace de la X condesa de Aguilar y VII condesa de Villamor con el II conde de Frigiliana, quien no sólo se opuso a la cesión de la finca para redimir el censo antedicho de 1623, sino que ejecutó numerosas mejoras y ampliaciones entre 1675 y 1682, reparando “la cubierta y aleros, que amenazaban ruina” y realizando otras obras “relativas a enyesados, remates, carpinterías y pinturas en diversas dependencias, que permiten conocer y constatar algunos datos sobre su distribución, como el número de pisos, dos más la cueva y desvanes, la existencia del zaguán, el patio, con al menos un frente porticado, la cocina o la torrecilla. En el nivel inferior se situaba la curiosa «Sala de la Fruta», denominada de este modo seguramente por sus decoraciones pictóricas, la «galería que mira al patio» y la «pieza donde está hundida la cueva», mientras que en el superior se hallaban las alcobas de los señores, el oratorio, una habitación sobre la cocina, donde debía trazarse una nueva escalera para subir a la buhardilla, y otra más con vistas hacia Madrid y hacia el patio, esto es, supuestamente dentro del ala occidental. Se mencionaban, igualmente, la escalinata de piedra para bajar a los jardines desde el palacio, las caballerizas y las cocheras”. De las obras se responsabilizaba “Bartolomé Ferreres o Ferreras, que ostentaba el cargo de maestro de obras en la quinta del conde de Aguilar (…), mientras que de los jardines se ocupaba Juan García”, aunque consta la intervención de otros profesionales “por la misma época, como Juan López, vecino de la villa de Barajas, o Tomás Fernández”. Además, el 10 de octubre de 1689, después de la mayoría de edad del legítimo heredero, Íñigo de la Cruz, XI conde de Aguilar y VIII de Villamor, su padre el II conde de Frigiliana todavía compró por 14.625 reales de vellón al convento madrileño de San Jerónimo el Real, una tierra olivar limítrofe de 21 fanegas y 8 celemines (7’42 ha), “con el agua del arroyo que la cruzaba y las demás aguas corrientes y manantiales”; extendiendo la propiedad hasta lindar “con el «Camino que iba desta villa a la ciudad de Alcalá» (…), propiciando el cambio del antiguo acceso principal, en el Camino de la Quinta” a otro en aquel camino “más cómodo y directo desde Madrid”, que se corresponde con la actual calle de Alcalá. Y el 28 de agosto de 1699 todavía añadió el conde de Aguilar otra nueva tierra de 3 fanegas y 3 celemines (1’11 ha) comprada a un vecino de Canillejas, “por lo que su superficie total se fijaba ahora en 42 fanegas y ¾ de 400 estadales cada una (14’63 ha)” 6 , aproximadamente su superficie actual.
      Once años después, esta Quinta de Aguilar cobró cierto protagonismo durante la Guerra de Sucesión, pues fijó aquí su residencia el archiduque Carlos de Austria “antes de efectuar su entrada en Madrid el 28 de septiembre de 1710”; recibiendo en ella dos días antes “el juramento, reconocimiento y proclamación” de “la aristocracia austracista, bien representada por el duque de Híjar, el marqués de la Laguna, el conde de Palma del Río y el arzobispo de Valencia”.
      Terminada la contienda, hubo que realizar reparaciones, conservándose las “cuentas de los gastos, mejoras y adelantamientos” ejecutados “entre el 1 de febrero de 1725 y el fin de ese año, entre los que se incluían el empedrado del arroyo de la Quinta, «que comienza en el estanque y fenece en la cantarilla», cuyo coste ascendió a 100 ducados, la renovación del palomar, con su cubierta, sus bolas y hornillas, la reposición de la albardilla de las tapias y el adorno generalizado de los jardines, para lo cual se adquirieron doscientos tiestos a un maestro alfarero de Alcorcón”.
      Tras la muerte sin descendencia del XI conde de Aguilar en 1733, la propiedad pasó por disposición testamentaria a su sobrina segunda María Augusta de Wignancourt Manrique de Lara, IV condesa de Frigiliana, que no pudo disfrutar de la posesión hasta dos años más tarde, tras ganar un pleito suscitado por una rama menor de su familia que le disputaba la herencia, formada por “unas casas principales con su huerta y jardín en la carrera de San Jerónimo esquina a la del Prado Viejo, donde años después se levantaría el palacio de Villahermosa”, y la propia quinta de Aguilar “toda ella cercada con tapias de albañilería y cajones de tierra, y dentro una casa palacio con buenas habitaciones y oficinas para su servidumbre, un palomar, plantío de viñas, olivos, árboles frutales de barias especies y otros no frutales para su adorno”. Aunque “siendo muchas las deudas contraídas por el condado de Aguilar, los nuevos propietarios se vieron obligados a desprenderse de las dos fincas, urbana y recreativa, por autos de la Real Hacienda y previa Facultad Real, pues se hallaban vinculadas”.

 2‐ La Quinta de Aguilar en manos de la Casa de Osuna 
       Adquirió entonces la propiedad la viuda del VII duque de Osuna, Francisca Javiera Bibiana Pérez de Guzmán el Bueno Silva Mendoza, firmando la escritura notarial en mayo de 1741; aunque ya por un acuerdo anterior de 18 de diciembre de 1737 el precio se había fijado en 300.000 reales de vellón ‐de los que 285.000 correspondían a los acreedores‐, muy por debajo del valor de tasación efectuada por “los maestros de obras Francisco Ángel Álvarez Figueroa y Ventura Palomares”, que la valoraron en 443.780’5 reales: “319.159 reales por la casa palacio, palomar y tapias de cerca; 60.000 por el caudal de agua; 28,931½ reales por las arboledas, frutales y no frutales, y demás plantas; 20.951 reales por la fábrica de conducción de aguas a la dicha quinta; y 14.739 reales por las tierras”.
      Sin embargo, al querer disfrutar la nueva propietaria de la finca, la halló tan deteriorada “que no la pudo habitar”, lo que la obligó a efectuar “diferentes obras y reparos, así en la casa y su habitación, como en sus cercas, conductos y cañerías, estanques y plantíos de árboles”; y para “incorporar a la escritura las mejoras” solicitó en 1740 nueva tasación a los peritos citados, “así como a Antonio de Madrid, jardinero que en ella se hallaba asistiendo de continuo, éste en relación con los aumentos de plantíos, viñas, árboles y demás”, que se valoraron en 54.979 reales con 29 maravedíes, correspondiendo 10.500 reales al “desmonte realizado a la parte del Norte” y 146.000 reales “a las obras en casas, tapias, cañerías y estanques”. Por esta tasación conocemos “la profunda intervención realizada en el palacio”, en la que “se recalzaron los cimientos y se reconstruyó la parte de la fachada que mira a Madrid, jarreando ésta y todas como paso previo a su revoco. Se retejaron «todos los tejados que cubren dha. casa a canal avierta» y se rehízo el encadenado de ladrillo del alero, «y lo mismo en la zircumbalación del patio por el motibo de los aires», además de colocarse canalones de hoja de lata en todas sus líneas, y vaciaderos de lo mismo, dos rejas del cuarto bajo, del total de trece, y seis antepechos de hierro en los frentes de Poniente y Norte, de los veintiuno existentes, enderezando las buhardillas, asentando y umbralado sus huecos y guarneciendo sus capialzados. Se empedró la circunvalación de la casa y portal y se compuso el patio, se limpió «la cantería de las portadas, pilastras y plintos, y diferentes composturas de recantones y lumbreras». Al interior se restauraron los cielos rasos y molduras de los techos de las diversas piezas, incluso se colocaron bovedillas de madera en el salón del piso principal y su antesala y se hicieron dos claraboyas circulares en una habitación baja, se blanquearon generalizadamente todos sus paramentos, también los de la escalera, y se solaron con «ladrillo fino de la Rivera, cortado y raspado, diferentes piezas en el quarto prâl. y quarto vajo». Se compusieron todas las ventanas y puertas de paso y «los errajes de fallevas, picaportes, zerraduras y zerrojos, habiendo echado nuebos diferentes dellos, así como el hogar de cantería de la cozina prâl. y ornillas della, haviendo puesto diferentes losas nuevas de verroqueño». También se limpió la cueva de broza, vistiendo su lumbrera de fábrica de albañilería. Completaban estas actuaciones en el palacio, la realización de dos pedestales y gradas en la escalera principal, «questá por la parte esterior de la casa», y la renovación de la red de saneamiento, reparando alcantarillas, «tragaderos de agua llovediza», pozillos de registro, estanques grande y pequeño, orquillas de repartimiento, etc. Ya fuera se había desmontado el gran patio posterior o corral de servicio y recompuesto la alcantarilla del arroyo, «que atraviesa el Camino Real de Alcalá», con losas de piedra ordinaria y de pedernal, y la fábrica de albañilería y mampostería que constituía la cerca”.
      “El jardín y la huerta también fueron objeto de fuertes inversiones, mejorando su riego y desmontando el sector a Saliente o ingreso desde Canillejas y a falta del de Poniente, que se había de «poner en planta» y hacer en regla”. En cuanto a las plantaciones, se repartían en ocho cuarteles “denominados en función de su ubicación y algunos destinados al monocultivo de membrillos o manzanos asperiegos (…), destacando, también entre los frutales, perales cermeños, del buencristiano y bergamotos; ciruelos, albaricoques, acerolos, perabrigos, guindos, higueras blancas y negras, avellanos, almendros, etc., así como 3.750 cepas, 52 olivos, 212 álamos negros u olmos y 30 álamos blancos”.
De este modo, según Lasso de la Vega, esta posesión de recreo de Canillejas restaurada por  la duquesa viuda de Osuna puede considerarse “un precedente (…) de las experiencias campestres que en el mismo siglo habría de promover la Casa de Osuna, especialmente de la célebre finca El Capricho de la Alameda”, que promovería su nieto a sólo 2 km de la posesión.
      Por desgracia, tras la muerte de su propietaria en 1748, sus hijos y herederos, Pedro Zoilo –VIII duque de Osuna‐ y María Fausta –condesa‐duquesa de Benavente‐, se vieron obligados a vender nuevamente esta “casa de Aguilar”, que había sido gravada con tres hipotecas sucesivas entre 1746 y 1748, encargando “la medida y tasación de su fábrica, sitio y terrazgo”, a Manuel López Corona, “arquitecto de S.M.”, quiene presentó el 20 de mayo de 1749 “el «mapa» de la finca” y una declaración jurada en la que indicaba su “emplazamiento inmediato a la villa de Canillejas, sus tres accesos, al Mediodía, Poniente y Oriente siendo éste el principal «por su buen uso respecto de la disttancia que ttiene hasta el palacio», y su área” de 1.054.875 pies cuadrados, equivalentes a 13’45 ha, muy similar a “la expuesta con anterioridad”. “Se hallaba todo su perímetro circundado con tapias «compuestas de su cimiento de pedernal, pilares de ladrillo, tapias de tierra con sus berdugos y su albardilla de fábrica», y en ellas las portadas, configuradas por dos hiladas de cantería, machones de ladrillo y tejarones de madera empizarrados, con las carpinterías pintadas de verde. Todo se hallaba «muy bien trattado â excepción de un pedazo que está arruinado y llevó las aguas del arroyo que attraviesa dha Quinta»”.
      El palacio “constaba de los referidos «quarto vaxo, pral. y desbanes», alrededor de un patio empedrado. La escalera interior era de madera con barandilla de hierro, mientras que la exterior de sillares de piedra”. También “había una cuadra con doce plazas de pesebres y una cueva con cuatro lumbreras”. “Existía un palomar de ladrillo y tapial, con capacidad para «mil settecientos y cattorce nidos, todos de barro fino de Alcalá», una «casería» de dos niveles, de la «misma fábrica que la antecedente â medio hacer», y cuatro estanques de diferentes cabidas, que se destinaban al riego, aunque se encontraban algo deteriorados, «teniendo en ellos, hasta doce rr.s de agua dulce, la qual viene conducida por minas y tarjeas con distancia de media legua». Hay también «una fuente de piedra berroqueña, con su taza, y pilón para recoger el agua» de pie, que va expresada, la cual se completa con la del arroyo, canalizado con paredes de mampostería”.
      Esta agua tan valorada servía para regar los diferentes cultivares, pues “entrando por la puerta principal u oriental, se encontraba el jardín, entre aquélla y el palacio, «dividido en quadros», es decir, a la manera clásica o renacentista italiana, con fuentes y cañerías para su riego. Al Norte, siguiendo la línea de fachada de la casa se situaba el viñedo (…), y al Sur «muchas tierras de sembradío y una gran huerta con muchos árboles frutales», en lo que antes había sido olivar de los jerónimos”; sin contar construcciones como el “corral para criar gallinas y el «orno de ladrillo mu bien hecho»”. Por todo ello, López Corona tasaba la propiedad en 741.365 reales de vellón, más del doble del precio pagado sólo doce años antes por la duquesa recién fallecida, “reflejando así, con claridad, las elevadas inversiones” efectuadas 12 .
      Sin embargo, “parte se perdió en el «grande yncendio» que aconteció poco después, en 1750, y aunque se hicieron algunas obras para detener la ruina, especialmente en los pisos y tejados, recomendó en 1754 el administrador (…) que se volviera a poner en arrendamiento” la propiedad, “como durante los últimos años había estado, para no reducir aún más su estimación”. “A la par apareció un comprador”, llamado Antonio de Estrada Bustamante, que ofreció por la quinta “los mismos 300.000 reales de vellón que había pagado la antigua propietaria a los condes de Frigiliana”, por lo que se solicitó una nueva tasación a López Corona ‐que no pudo efectuar por sus muchas obligaciones‐ en colaboración con el “maestro de obras y agrimensor Francisco Pérez Cabo”, junto con los peritos nombrados por los interesados en la testamentaría: “Andrés Díaz Carnicero, también arquitecto en diferentes obras reales de S. M.”, y el “agrimensor práctico labrador apreciador de tierras y de todo jénero de árboles” Juan Manuel Guiz.
      El nuevo informe –muy minucioso‐ estuvo listo el 6 de marzo de 1755, y en él se computó una superficie “de «quarenta fanegas y tres quartillas de quatrocientos estadales cada una (marco de este villa de Madrid y su tierra)», es decir, 13’95 ha, casi exactamente la misma que la medida en 1749”, “completamente cercada con muros de 2 ¼ pies de grueso, poco más o menos, configurados por pilares de ladrillo uniformemente repartidos, a unos 17 o 18 pies de distancia, y entre ellos cajones de este material y barro, si bien «también algunos con sus tendereles de cal, fábrica que llaman de almojayre y otros encajonados entre dhos. pilares (en la línea que mira â Madrid) están hechos de cal y ladrillo». En esta orientación la cerca contaba «con su arco, bottareles y sillares por donde entran las aguas del arroyo, atravesando ttodo lo vajo de la huerta», el cual salía por la línea de Oriente a través de una bóveda y arco de rosca con su reja de hierro y su «despeñadero de losas con sus adoquines y sillares de cantería». Había entonces dos únicas puertas en la quinta: la principal a Levante, hecha de fábrica de albañilería, con sus «tranqueros de rodadas», dos pilares o postes para asegurar la cadena de hierro que siempre había tenido –«señal de haber entrado persona real por dha. puerta»‐ y con su tejaroz de madera , y lo mismo en la otra, en el “camino de Canillejas”, seguramente el de Alcalá, «a escepción de carecer de los posttes, y tener en lugar de tranqueros dos yladas de canttería»”.
      Encerrados entre estas tapias estaban “la «fábrica del palacio con sus oficinas, los estanques, pajar, palomar, gallinero y arroyo»”; dividiéndose la “tierra en tres categorías: la más estable donde está el olivar, arroyo, jardín, casa y viña, con las veredas y pasos que tiene, de 14 fanegas (4’79 ha), la de secano, sembrantía y de mejor calidad”, de 8 fanegas (2’74 ha), y la más excelente en lo restante, «negra mui migosa, y substtanciosa para todo género de árboles fruttales, como los tiene, y demás plantíos de hortaliza, que con el veneficio de la porción de agua (que es nueve rr.s en el día que la riegan y ferttiliza sus plantas) lo hace más apreciable»”. Además, esta descripción hace referencia a algunas mejoras ejecutadas “como la barbacana que, atravesando por delante del estanque principal y alameda, contenía el plantío, y también diversos elementos o construcciones repartidos por la posesión, como los pilares de piedra guarnecidos con yeso, que servían para los emparrados, el tejar, la cerca del gallinero, el palomar de ladrillo y tapial (…), el pajar, de dos alturas, por formar, cubierto de sus armaduras y dos buhardillas, o la casilla «q. e está en la viña del Moscatelar», con su arca para recoger las aguas que vienen encañadas desde el campo, fuera de las cercas, y cuyo origen se ignoraba”, aunque se reseñaran “los componentes de la infraestructura para asegurar y aprovechar a tiempo el riego, como las minas de ladrillo con su osca de lo mismo, que conducían el agua que vertía en los estanques altos y bajo, hechos de la misma fábrica y con sus llaves de bronce, «pozillos de rexistro, surtidores –o fuentes‐ del jardín», canales de piedra berroqueña con sus arquetas o la presa en el arroyo”.
      “«Tanvién se dio valor â todos los árboles frutales y silbestres que están plantados dentro de la jurisdicción de dha. cerca» (…), esto es , 2.500 cepas de moscatel, 700 perales, 97 ciruelos, 63 manzanos, un melocotonero, 57 guindos, 18 albaricoques, 63 membrillos, 3 acerolos, 95 almendros, «y en ellos algunos de almendra dulce», 3 cermeños, 17 higueras, 47 castaños de Indias, 59 moreras de seda, 3 de mora negra, 2 olmos vestidos de hiedra, 503 álamos negros, 138 álamos blancos, «sin yncluir los grandes que están en la arroyada fuera de la cerca», 56 olivos, 39 avellanos, y la «mimbrera que está â la orilla»”.
      En cuanto al palacio, precisan los peritos “que en su piso bajo se hallaba la repostería, cocinas principal y de la familia o servidumbre, y las cuadras, con sus pesebreras forradas de chapa; y en el alto las salas, dormitorios, recibimiento, galería y oratorio, «con las demás viviendas correspondientes» (…). Se menciona nuevamente la cueva, el zaguán y el patio empedrado, la escalera de peldaños de madera de media vara de huella, 42 cm aproximadamente, labrados con su bocel y barandas y pasamanos de hierro «mazorqueados», hogares de piedra y chimeneas francesas”. Asimismo se valora la “esmerada arquitectura” de la fachada, “con resaltos y pilastras de cantería en el cuerpo inferior, algunos chapeados de losas, jambas, dinteles, y batientes de lo mismo, así como gradas de similar piedra en la entrada de alguna puerta, balcones y antepechos de hierro común y alero con su escocia de madera”, además de “la citada escalera exterior de cantería labrada, «de quatro tiros» protegidos por barandillas de forja, con hiladas de sillares y diferentes almohadillados y resaltos, así como nichos o capillas en lo bajo”, que servía “para comunicar el palacio y los jardines”. “En sus inmediaciones existía un cenador, entonces sin uso, configurado por una fuente en su centro, con su taza y pedestal, solado de piedra y grada alrededor, con 13 basas para el emparrado”.
       Consecuentemente la valoración ascendió a 755.055’5 reales de vellón, lo que parece indicar que los daños del incendio de cinco años antes no fueron tan graves como se suponía, pero el antedicho Antonio de Estrada sólo aumentó su oferta a 380.000 reales; protocolizándose “la venta judicial de la fábrica del palacio con sus oficinas, estanques, palomar, pajar, gallinero y arroyo con sus fábricas, árboles frutales y silvestres, minas, cañerías, aguas corrientes y manantes, el 7 de mayo de 1756”. (Durante este periodo la finca “se había deteriorado, «como es público», por hallarse arrendada por un individuo que a menos precio la usufructuaba, dejando romper sus puentes, secar sus plantas y arruinar sus tapias, pues se hallaba uno de los esquinazos con el camino de Alcalá caído y sustituido por otro de tierra”.)

 3‐ De los frailes de Santo Tomás a la Quinta de Garro 
      Pero el nuevo comprador no quería la finca para sí, sino que era sólo un representante del hoy desaparecido “Convento y Colegio de Santo Tomás de Aquino” de la madrileña calle de Atocha, “de la Orden de Predicadores de Santo Domingo”, a quien se la traspasó el 4 de junio siguiente, y que la destinó a fines agrícolas; aunque “no debió reportar a los frailes lo esperado” pues apenas invirtieron “caudales en su mantenimiento”, constando sólo “algunos reparos, encomendados al maestro de obras y alarife” Manuel Burgueño, “que no lograron impedir que tres lustros después la casa y las cercas amenazaran ruina y que «de ora en ora» se fuera deteriorando todo lo demás”. Consecuentemente, “por falta de caudales para el cultivo de la tierra y de los árboles, y para reparo de las cañerías”, planearon los dominicos su venta, para lo que se pidió nueva tasación al arquitecto Juan Antonio Álvarez, “habilitado por la Real Academia de San Fernando”, que levantó un plano hoy perdido “en el que representó la figura multilateral de la quinta, con sus entradas y salientes, dentro de la cual se ubicaba «el palacio, caballerizas, corralón de éstas, palomares, estanques, arquillas de registro, labadero, corralón de abaxo y los dos miradores de junto a el arroio» que ocupaban una superficie construida de 57.243 pies cuadrados (4.388’63 m 2 )”. Se describía después “la cerca, con sus dos puertas, la del Camino Real de Alcalá, ahora convertida en principal, y la de Canillejas, que continuaba siendo la más cómoda para acceder al palacio. Junto a éste se hallaba la tahona, construida probablemente por los frailes, y formando parte de él «la cueva bestida» (Esta expresión probablemente haga referencia a que dicha cueva estaba no sólo excavada en el terreno sino revestida interiormente de ladrillo o mampostería para reforzarla y evitar derrumbes como los antes descritos) y el patio, con un pozo con su losa y argolla «para registrar la mina que sigue hazia el arroyo»”. Respecto al interior se reseñaba “la escalera principal, «que es de un ojo, con pasamanos de fierro amazorcados, que tiene una entrada por el zaguán, y dos peldaños de piedra», existiendo otra escalinata de lo mismo para bajar al patio. En la planta baja había diversas piezas, alcobas, dormitorios, un horno para la pasta y dos cocinas, una en lo bajo, posiblemente en semisótano, y otra arriba, de mayor enjundia, ambas con losas de piedra en suelo, hogar y algunos paramentos, y la última con una pila para fregar. Existía además otra pila en «el passo que hay de la escalera prâl, que cada una es de una piedra y sirbe por la partte estterior de batiente, y por la interior de la pila con su baciadero, y la ôtra en la misma forma solados de ladrillo fino de la ribera». Desde este nivel se comunicaba con la magnífica escalera exterior de piedra, configurada por dos ramales enfrentados y dos tiros en cada una de rosca de ladrillo, entre mesillas de la misma fábrica, «y en su frente, âunque está arruinada partte della, se compone de basas, jambas que siguen hasta que recuadran con las sobrezancas; hay dos puertas con vatientes, jambas, y dinteles, y otra puerta que es más grande, tiene lo mismo». Andaban rodando algunos pedestales que servían de remate, en donde estaban embebidas las barandillaso pasamanos de hierro «âmazorcado», que se habían retirado o conservado”. El piso principal presentaba un “buen repartimiento, «de grandes salones, piezas de paso, alcobas, dormitorios y demás», acondicionado con tres chimeneas de piedra y destacando el oratorio, cubierto por una bóveda tabicada y doblada de ladrillo”.
      “En cuanto a los frentes exteriores del palacio, el principal o meridional estaba algo deteriorado, con un lienzo que no valoró por hallarse apeado y ser preciso demolerle y reconstruirlo. Hacia la parte posterior se encontraría el corralón con las caballerizas, levantadas recientemente por los dominicos y resueltas con muros de ladrillo y cajones de tierra, cubierta a dos aguas de teja y tabla y «un corto pajar» abuhardillado”. Similar construcción presentaban los “dos palomares, uno con su pila grande de piedra en el centro, «para el bebedero de las palomas»”, y el segundo con “un forjado de madera a media altura”. “Los estanques eran de ladrillo, incluido el del lavadero, «solado de losas para labar», con sus arquillas de registro de lo mismo”. “Por último, informaba de la conservación del cenador y su situación en el parral, con una fuente central de piedra con su adorno y pilón ochavado, hallándose solado y levemente elevado, con un peldaño con su bocel y filete”.
       En el terreno circundante destacaban algunas obras efectuadas “para canalizar el arroyo que lo atravesaba”, como “los murallones de mampostería, el puente, «por donde sale el âgua, de dha. quinta y sigue â Canillejas», las manguardias de piedra berroqueña, losas y dintel para contener su empuje, o la gran reja de hierro”. Además hay que señalar las plantaciones conservadas, que fueron tasadas por Francisco Aparicio, Jardinero Mayor y Arbolista del Real Sitio del Buen Retiro, “quien contabilizó 47 moreras, 31 perales cermeños, más 8 mosqueruelos, 70 bergamotos, 251 del buencristiano y 3 ordinarios, 1 melocotonero, 24 manzanos, 8 albaricoques, 9 cerezos, 35 guindos, 3 morales, 5 acerolos, 7 membrillos, 2 esperiegos, 1 níspero, 1 camueso, 40 ciruelos, 11 higueras blancas y negras, 8 olivos, 354 almendros, 20 avellanos y 42 parras, que demostraban una producción similar a la de dos décadas antes, en general algo menor, especialmente la vinícola y moscatelar. Más drástica había ido la reducción del arbolado de sombra, apenas 40 castaños de Indias, 48 álamos blancos y muchos ya perdidos”, contándose todavía 114 rosales en el jardín.
      En total, el justiprecio, fechado el 19 de noviembre de 1771, se calculó en más de 450.000 reales de vellón ‐de los que 416.933’5 reales correspondían a las edificaciones y 35.354 reales de vellón y 17 maravedíes a las plantaciones‐, pero la venta se efectuó por sólo 240.000 reales según escritura fechada el 27 de abril de 1772; pasando la “casa de Aguilar” con su “palacio y cercas amenazando ruina y sus 41 fanegas de tierra de la medida de 400 estadales de diez tercias”, aproximadamente 14’03 ha, a manos de Josefa María de Arizcun Irigoyen, de noble familia navarra del valle de Baztán enriquecida por contratas estatales .
      La nueva y acaudalad propietaria “comenzaría la restauración del conjunto para su disfrute”, imponiéndola –a pesar de su cuantiosa fortuna‐ un nuevo censo de 40.000 reales de vellón en 1780. Pero esta rehabilitación no fue duradera, pues María Josefa falleció poco después de 1786, cuando su quinta apareció citada como una de las más importantes de Canillejas ‐ junto con La Piovera antes mencionada‐ en las Relaciones del geógrafo Tomás López y en las del cardenal Lorenzana.
      Pasó entonces “la heredad, con su casa palacio y hortalizas, pinturas, cabalgaduras, sillerías, mesas y aperos de labranza” a manos de su segundo marido Luis Manuel de Quiñones, según división de bienes efectuada en 1789; y de este a su hijastro, Pedro Regalado de Garro Arizcun, nacido del primer matrimonio de María Josefa con su primo segundo Ambrosio Agustín de Garro Micheltorena. Este último heredero “descuido una posesión que no usaba para su recreo, por lo que progresivamente fue cayendo en un abandono total, con sus edificios sin reparar, lamentable situación que acrecentó la Guerra de la Independencia”. Tras la misma, fue nuevamente traspasada en 1818 ‐“por un precio irrisorio, 248.000 reales de vellón”‐ a Fernando de Aguilera Contreras, XV marqués de Cerralbo . Éste adquirió además el 25 de octubre de ese mismo año “una tierra de pan llevar inmediata, de 253 fanegas (86’60 ha), perteneciente hasta entonces a la comunidad religiosa de Santo Domingo el Real de Madrid”, que cobró por la misma 250.600 reales de vellón. Sin embargo, poco más debió hacer, pues se deshizo de la quinta sólo siete años después, vendiéndola el 11 de abril de 1825 al XVII duque de Medina Sidonia, Pedro Álvarez de Toledo Palafox, por 340.000 reales de vellón, con “el palacio, huerta, con su cerca de fábrica que delimitaba la repetida superficie de 41 fanegas (…), palomares, estanques, arquillas de registro, lavadero, corralón, aguas, árboles frutales y de otras especies”.
      Recuperó entonces la quinta parte de su perdido esplendor, influida sin duda por la cercana de El Capricho que poseían sus parientes los duques de Osuna; aunque no sin altibajos, pues el nuevo poseedor fue nombrado en 1830 embajador en Nápoles, partiendo al exilio tres años más tarde al sumarse al partido carlista tras la muerte de Fernando VII (Curiosamente, según se dice ‐“y la noticia no tiene valor alguno”‐, ese mismo año de 1833 tuvo lugar “en término de Canillejas y cerca de la fuente llamada La Piobera”, muy cerca de la quinta, la primera entrevista de la reina regente viuda María Cristina de Borbón con su futuro esposo morganático Fernando Muñoz)  , por lo que sus bienes –incluida esta quinta de Canillejas‐ le fueron confiscados en 1837, no siéndole devueltos hasta diez años más tarde, cuando pudo regresar a España. Precisamente de ese momento es la descripción que figura en el famoso Diccionario Geográfico de Madoz, donde aparece escuetamente referida como una “posesión estensa y poblada de árboles frutales y plantas de diferentes especies, con 2 fuentes, que en cada una hay su correspondiente estanque”, rodeando una casa “compuesta de dos pisos y bastante comodidad interior”(Lo reducido de esta descripción es posible que se deba a las circunstancias antes señaladas, que impedirían a Madoz o sus colaboradores acceder al recinto. MADOZ, Pascual: Diccionario geográfico‐estadístico‐histórico de España y sus posesiones de ultramar. Madrid, 1846). 

 4‐ El esplendor de la Quinta de Bedmar
      Una vez recuperada por sus antiguos propietarios, la propiedad fue vendida casi inmediatamente por el futuro XVIIII duque de Medina‐Sidonia, José Álvarez de Toledo Silva –hijo y heredero del anterior‐, a Manuel de Acuña Dewitte, X marqués de Bedmar, que según escritura de 27 de noviembre de 1850 pagó 240.000 reales de vellón por la posesión, junto con la tierra de 253 fanegas aneja a la misma adquirida en 1818 por el marqués de Cerralbo, con una depreciación importante que permite intuir el deterioro sufrido en los últimos años.

      El nuevo propietario emprendió entonces una importantísima y dilatada campaña de restauración que dotaría finalmente a la finca de la imagen con que ha llegado a nuestros días; aunque su uso debió de ser bastante circunstancial dadas las largas estancias que pasaba el nuevo dueño en París. Así, por un censo de 24.000 reales al 5% impuesto sobre la finca en 1853, sabemos que entonces contaba con “cerca, palomares, estanques, arquillas de registro, lavadero, corralón, aguas estantes y manantes, el derecho al goce de éstas, árboles y cuanto se contuviera dentro de ella, con las 41 fanegas que comprendía”, a las que se sumaban las “253 fanegas de pan llevar en el término redondo llamado de la Encinilla”. Estas propiedades anejas se ensancharían todavía más a partir de 1858, cuando el marqués gastó 3.250 ptas. En adquirir 7 fanegas (2’43 ha) “en el sitio de la Virgen, con su tejar, casita para guardar herramientas, dos pozos y un horno”; mientras que dos años más tarde compró otra propiedad “de 3 fanegas, 4 celemines y 14 estadales (1’16 ha), también con su tejar, tinado y dos pozos, y después hasta más de 40 posesiones distintas, que pertenecían mayormente a vecinos de la villa”.
      Un año más tarde, el 15 de abril de 1861, este X marqués de Bedmar, viudo desde el año anterior, contrajo segundas nupcias y se instaló en la quinta, que recibiría importantes mejoras (No vale para conocer su aspecto de entonces la descripción dada por Rosell en 1865, pues procede íntegramente del Diccionario de Madoz ya citado, hasta el punto de ignorar el cambio de propietario. Aun así, la reproducimos seguidamente: “casa propia del Marqués de Villafranca, aneja a una buena posesión poblada de árboles frutales y algunas otras plantas”). De poco más tarde debe datar el plano de Canillejas levantado por la Junta General de Estadística por Ley de 1859, que se custodia en el Instituto Geográfico Nacional (Esta Junta de Estadística estaba organizada por Francisco Coello, director general de operaciones geográficas, y en 1865 se dotó de un Reglamento para la realización de los levantamientos topográficos necesarios para levantar el mapa general del país. PLANOS de iglesias, edificios públicos y parcelarios urbanos de la provincia de Madrid en el último tercio del siglo XIX. Madrid, MOPU, Instituto Geográfico Nacional, 1988), y que nos permite apreciar la disposición general de la posesión en ese momento con el palacio de planta trapezoidal con su patio cuadrangular central, unido por su parte norte a un enorme patio de labor –también trapezoidal‐ rodeado casi por completo de construcciones agrícolas. En torno a este conjunto se distribuye un jardín paisajista a la moda, con una fuente ante la fachada principal de la propiedad, que todavía miraba a Oriente, hacia Canillejas, que más allá –a Occidente y Sur‐ se convierte en simples bosquetes; destacando las plantaciones regulares de cultivos en la esquina nororiental –plantada de viñedos a juzgar por su traza en parcelas alargadas paralelas‐ y en la mitad meridional de la finca, una vez cruzado el barranco formado por el arroyo de la Quinta –que atravesaban cuatro puentes‐, donde se dispone la huerta como una retícula de parcelas romboidales separadas por calles alineadas con árboles. Además se distinguen dos grandes norias en la parte más alta de la finca, casi lindando con el límite septentrional de la propiedad ‐figurando la de la esquina noroccidental como “noria antigua”‐, y otra menor en la mitad meridional, tres estanques y un lavadero, dos invernaderos, así como diversas construcciones auxiliares; pudiendo apreciarse ya la exedra semicircular de la entrada por el Camino de Alcalá, aunque todavía no figura la actual puerta.
      Muy semejante es el plano de la Cédula catastral de 1867 pues probablemente fue dibujado por su autor, Adolfo del Yerro, a partir del anterior.
      El 30 de noviembre de 1874 ardió el nuevo palacio capitalino que el marqués estaba construyendo para sustituir su antigua morada de la calle del Pez ‐donde había nacido‐, y que a pesar de no estar terminado ya estaba habitado por sus propietarios, que es de suponer tendrían que trasladarse a la Quinta de Canillejas hasta que los destrozos provocados por el fuego quedaran reparados (Este suntuoso palacio de estilo francés estaba situado en la calle de Génova con vuelta a Zurbano, siendo derribado en los años setenta del pasado siglo para levantar el edificio que aloja actualmente la sede del PP. 8 de diciembre de 1874).
     De poco más tarde data la próxima imagen en 1877‐ que tenemos del palacio, que fue ampliado por el marqués con una segunda crujía por sus costados oriental y meridional, dejando el patio original descentrado, aunque todavía se reconoce la primitiva torre esquinera –recrecida‐ asomando por encima del ángulo suroriental.
La nueva construcción se efectuó con fábrica de ladrillo fino visto, que se extendió a todas las fachadas para dotar de unidad al conjunto, dándole una apariencia neomedievalista de corte victoriano muy singular dentro de la arquitectura madrileña. Y aunque desconocemos el nombre de sus autores, su nueva fachada principal –orientada ahora al Sur, enfrentando la entrada desde el Camino Real de Alcalá‐ presenta fuertes concomitancias con la de la casi contemporánea Cárcel Modelo de la calle de la Princesa , hoy desaparecida, que fue diseñada en 1876 por el arquitecto Tomás Aranguren con la colaboración de su colega Eduardo Adaro Magro ‐sobre un plano trazado hacia 1860 por el arquitecto Bruno F. de los Ronderos‐, empezando los trabajos en 1877 24, lo que permite suponer que la quinta de Canillejas sea obra de los mismos autores, pues el X marqués de Bedmar formaba parte – en representación del Senado‐ de la Junta de inspección y vigilancia encargada de controlar los trabajos de la nueva prisión 25 y tendría trato con Aranguren y Adaro, por lo que no resultaría extraño que les encargarse la reforma monumental de su quinta.
 La Quinta del marqués de Bedmar (Torre Arias) en un dibujo de M. Ojeda grabado por “A”.  16 de septiembre de 1877
El texto que acompañaba a La imagen del palacio informaba de que “esta quinta, que recientemente se ha visto honrada con la visita de S. M. D. Alfonso XII y con la presencia de la Emperatriz Eugenia, es digna del exquisito gusto, peculiar de su dueño”. “Hace veintisiete años que lo que hoy es lujosa quinta no era otra cosa que un huerto con escaso arbolado y una antigua y pobre casa de labor” (Señal de la decadencia sufrida por el lugar durante su complicado disfrute por la casa de Medina‐Sidonia, a pesar de que esta exagerada descripción se ve influida por el carácter laudatorio del artículo y por el radical cambio de gusto sufrido por la sociedad a lo largo del siglo XIX. ALBAREDA, José Luis: “Quinta del Excmo. Sr. Marqués de Bedmar”,  16 de septiembre de 1877)
 “La actividad y la inteligencia del hombre transformó aquellos campos, casi sin cultivo, en un lugar donde la producción y el recreo, donde las fragantes flores y sabrosos frutos, donde la arquitectura y la mecánica, donde el laboreo de las tierras, el cuidado y la selección en la crianza de los animales, donde la industria, en fin, complementando a la agricultura, traen a nuestra imaginación lisonjeras consideraciones”. “Una superficie de cuarenta y cinco fanegas de tierra, cercada por una segura y duradera pared de piedra y ladrillo, constituye la parte de recreo de la finca, y fuera de muros se extienden mil doscientas cincuenta fanegas más que el marqués (…) comprara a los Duques de San Pedro y de Zaragoza. Dentro de las tapias se admira el arte, la comodidad, el gusto, la pericia, hasta el lujo. Fuera de ellas está la labranza, la producción, la riqueza”.
      “La quinta propiamente dicha se encuentra admirablemente poblada por árboles de fruto, de hoja perenne y de flores, formando en su distribución alineadas calles, bosques, jardines, laberintos, emparrados, viveros y cuanto pueden inventar la floricultura y la horticultura modernas. Tres grandes estufas, dos de ellas con poderosos caloríferos Termosgphon, conservan de diez a doce mil macetas de las más caprichosas y variadas flores”. “Multitud de hoyas o bastidores con cristales nos ofrecen los más exquisitos y delicados frutos y legumbres”. “Dos fuentes, llamadas La Isabela y La Minaya, derraman sus ricas y abundantes aguas, y con ellas y con dos gigantescas norias, cuyo fondo nunca se ve seco, se riegan la huerta y los jardines. Un lavadero provisto de calderas, alguna de ellas de vapor, y bombas para las lejías confeccionadas con sales, forman el admirable concierto de la economía doméstica y de la industria mecánica. Un departamento de tiro de pistola, con su placa de hierro fundido a la entrada, y una pintoresca casita, ofrece interesante perspectiva desde aquellas frondosas galerías, y forma agradable contraste con la preciosa casita del jardinero jefe, construida por el modelo de los chalets suizos. Este edificio consta de dos pisos, con cómodas y espaciosas habitaciones y con dependencias para la conservación de semillas y frutos”.
      “En medio de este pintoresco verjel se levanta orgulloso el palacio, de construcción moderna, estilo alemán, por decirlo así, con cuatro fachadas, torre, reloj, cinco pararrayos, seis veletas y un espacioso patio en su centro. En su planta baja se encuentran las oficinas de contaduría y administración, las cocinas, comedores, cuartos de baños, cocheras y demás dependencias para criados, caballeriza, guadarnés, organizado todo con esmero y buen gusto. Una espaciosa escalera de mármol conduce desde el vestíbulo al piso principal, donde se encuentran el oratorio profusamente adornado; salones tapizados con el mayor gusto y representando distintas épocas; una biblioteca enriquecida con muchos volúmenes y manuscritos, entre los cuales hay verdaderas joyas de nuestra literatura e historia; galerías con armaduras que recuerdan los siglos XV y XVI; panoplias modernas; y armas sueltas de distintos sistemas y de todas clases; comedores decorados con el mejor gusto, y multitud de habitaciones con pisos de maderas pulimentadas, donde con la mayor comodidad pueden hospedarse de cincuenta a sesenta personas”.
      “Al lado del palacio, y describiendo una espaciosa calle, se encuentra la gran casa de labor, en cuyo centro se extiende un inmenso patio rodeado de edificios, donde están el lagar para pisar uva; la bodega, provista de una prensa Wood; el granero, con pavimento de asfalto, con buenas condiciones de ventilación y con todo lo necesario para la entrada, conservación y salida de los granos; extensos pajares, cuadras y establos para las yuntas y para el ganado de la labranza; habitaciones para el capataz y los criados, y guadarnés agrícola; un cobertizo para los carros; fragua completa; gallinero; palomar con su torre; casa de vacas, con departamentos para la lechería y fabricación de la manteca; cochineras o zahúrdas para los cerdos, y casa de aves, donde se obtienen por medio de incubadoras artificiales multitud de pollos de gallinas y de pavas, que se sirven luego a la mesa convenientemente aderezados, por ser uno de los manjares favoritos del dueño de la quinta”.
      “Las tierras de labor que circundan la huerta y los jardines, y que, como hemos dicho, constan de mil doscientas cincuenta fanegas, están cultivadas la mayor parte por la casa con diez pares de mulas y algunas otras de bueyes, empleándose los arados de vertedera y la famosa máquina de limpiar granos, o criba de rotación, sistema Ransomes y Sicus; la rastra o grada y la máquina de recoger el heno, paja y espigas, sistema Howard”.
      “Los viñedos, que constan de treinta y dos mil pies, tienen unas doce mil cepas de Burdeos, procedentes de Chateau‐Margau, propiedad de los señores Aguado (Sin duda, una errata por el célebre Château‐Margaux, que efectivamente pertenecía entonces al banquero español Alejandro Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir). Todos ellos están defendidos por vallados, y en su centro contienen la casa del guarda, que hace cinco años se levantó, tres después de la plantación de las vides. Al lado de la casita del guarda hay un pozo, cuyas aguas potables se descubrieron a pocos metros de profundidad”. Por último, “sólo una cosa por decir, y es que parece mentira que el camino que conduce de Madrid a esta agradable posesión y al inmediato pueblo de Canillejas esté casi intransitable, y que la Diputación Provincial no haya tenido en cuenta, o no procure replantear y componer la carretera, que sobre ser empresa útil, no debe por otra parte costar mucho” (Todavía cuarenta y cinco años más tarde, el cronista Monte‐Cristo (RODRÍGUEZ RUIZ DE LA ESCALERA, Eugenio)  rememoraba este difícil acceso: “los caminos estaban malos y escasamente alumbrados (…). Los invitados poníanse de acuerdo para ir al mismo tiempo, en sus carruajes de caballos, tres o cuatro familias con objeto de protegerse y ayudarse unas a las otras, todo lo cual daba mayor interés a la excursión, que revestía los caracteres de un accidentado viaje. Más compensábales de las molestias el agrado y cordialidad del recibimiento, el fresco delicioso que en el extenso parque se disfrutaba, pues ya entonces era magnífica la arboleda”. “La Quinta de Canillejas de los condes de Torre‐Arias”, en Blanco y Negro. 23 de julio de 1922)
       Esta completa descripción permite apreciar la enorme reforma efectuada por el marqués de Bedmar, que destinó a jardín de recreo el espacio cercado que antaño constituía la posesión, rodeándola a cambio de tierras productivas para mantener su carácter mixto como lugar de recreo y finca agrícola. Asimismo reconstruyó el palacio y dotó a la propiedad de innumerables construcciones auxiliares –estufas, vaquería, casas de guardas y jardineros, etc.‐ que en buena parte todavía se conservan.
      Una nueva descripción anónima, publicada por la misma revista en 1880, describe la fiesta que todos los años, “antes de salir para el extranjero” de vacaciones, daban los propietarios a “los habitantes de Canillas y sus contornos”; y no duda en presentar la propiedad como “un edificio que parece un castillo feudal, por su sólida y majestuosa construcción”, que se levanta “por entre espesa arboleda”, y cuya fama hacía innecesario nombrarla pues “basta decir: «voy a la Quinta, vengo de la Quinta», para que todo el mundo sepa de cuál se trata”, pues “en este sitio no hay otra como la de los marqueses de Bedmar”. Con motivo de esta fiesta pública se organiza un baile popular y se levanta “una elevadísima cucaña, colocada en el centro de espaciosa plazoleta”, y “en el término de este elevado y resbaladizo palo, contonéase un soberbio jamón, diciendo: «comedme»; a su alrededor, una bolsa con dinero, un pañuelo de seda, un respetable cuchillo de monte, unos cubiertos de plata y otras cosas más, son los premios destinados al que, consiguiendo llegar hasta ellos, pueda coger uno”. Tras la cucaña se ofrecen “copas con bebidas refrescantes, y vasos con vino, servidos en elegantes bandejas de plata”, y al llegar la noche “los farolillos a la veneciana sustituyeron a la claridad del día, sin que cesara el baile más que durante la comida, compuesta de variados manjares, y en la cual reinó el consiguiente regocijo” (Este mismo artículo nos informa de que la marquesa de Bedmar y la duquesa de Osuna sostenían una escuela para niñas “establecida recientemente en Canillas”. M.: “La Quinta”, en El Campo, 16 de agosto de 1880).
      Tres años después falleció el X marqués de Bedmar, dejando a su viuda, Carolina Juana Montafur García‐Infante, como heredera del palacio madrileño de la calle de Génova, de la “casa de jornada” en Aranjuez y de la quinta de Canillejas con las fincas circundantes “radicadas en este término municipal y en los de La Alameda, Barajas, Canillas, Alcobendas, Hortaleza y Vicálvaro, tasado cada uno de estos tres conjuntos en 400.000, 10.000 y 311.293 ptas., respectivamente. En el último se integraba la casa‐quinta palacio y huerta, con su cerca de fábrica, palomares, estanques, arquillas de registro, lavadero, corralón, aguas, árboles frutales y de otras especies, lindante a todos aires con tierras de la misma pertenencia y cuya superficie se fijaba en «41 fanegas de medida de 400 estadales o 14 hectáreas, 27 áreas, 69 centiáreas y 38 dm 2 »”; estimándose su valor en 96.336 ptas. 30 .
      Un inventario fechado en 1885 nos permite conocer algo más del interior del palacio, que en planta baja contaba “a la entrada el vestíbulo, con dos jardineras de bambú, dos bancos y una mesa de madera tallada y nueve jarrones de porcelana”; mientras que “la zona de servicio estaba configurada por catorce alcobas para criados, con su cama, lavabo, armario y silla, el comedor para éstos, la cocina y la repostería”.
“La escalera principal, con «dos columnas con sus lámparas» y cuatro jardineras” conducía al piso superior, “el ámbito más público”, que “estaba constituido por el saloncito, con sofá, silla, cuatro mesas, dos chineros y un reloj, el comedor, con su mesa, dos aparadores y doce sillas de nogal, éstas «muy usadas»(…) y sobre todo el gran salón, con dos sofás grandes y cuatro pequeños, dos muebles imitando bronce, varias cómodas de diversos tipos, ocho sillones y cuatro sillas de tapicería, una araña, un piano, tres alfombras, un espejo y varios elementos de gusto oriental, como «dos negros de madera», un biombo o las diez sillas de paja”. “Más privados eran la antecapilla, adornada con tres columnas de madera con sus jarrones de porcelana y dos sillas talladas, la capilla con su altar, varias reliquias y un cuadro al óleo presidiéndola, la biblioteca, con sus armarios, mesas, vitrinas de estampas y araña «de imitación de bronce» en el techo, y el  saloncito verde o despacho, con su mesa de escribir, sillones, mesa de juego de madera tallada y otra pequeña de palo santo. Ya estrictamente estancias familiares eran el cuarto de dormir de «estilo persa», con su cama con colgadura, cómoda y sofá, el de vestir, del mismo carácter, con su armario de luna, mesa para lavabo, «con su juego de cofainas y jarros», sillas, sofás, reloj y candelabros, y un sinfín de alcobas y gabinetes, adecuadamente amueblados”.
      Además, “el número de huecos al exterior o al patio indica la importancia y tamaño de cada habitación, destacando los tres balcones del salón, dos en el saloncito y en el despacho y uno en el resto”, aunque algunas sólo “contaban con ventanas, tal vez por hallarse en otro nivel o sector palacial” (Así, el numerado en el inventario “con el 6, éste «compuesto por tres cuartitos», es decir, salón dormitorio y vestidor; y el 7” también). 

 5‐ Por fin, Torre Arias
      “En La Quinta siguió recibiendo la marquesa de Bedmar –en el verano del 85 celebrábase allí el último baile, al que asistían D. Alfonso XII y doña María Cristina‐” ; pero poco después y en cualquier caso antes del fallecimiento en 1891 de aquélla, pues la quinta de Canillejas ya no figura en su testamento‐ se produciría un nuevo traspaso de la propiedad, que fue adquirida por María Josefa de Arteaga Silva, esposa del VII marqués de la Torrecilla, que se la cedería a su hija María de los Dolores de Salabert Arteaga, VIII marquesa de la Torre de Esteban Hambrán, quizás con motivo de su boda en 1887 con el VI conde de Torre Arias, Ildefonso Pérez de Guzmán el Bueno, cuyo título nobiliario daría a la propiedad la denominación por la que es actualmente conocida. Aunque el plano de Facundo Cañada López de hacia 1900 –que la representa parcialmente y con escasa precisión la denomina todavía “Quinta de Canillejas”, dando al Camino de la Quinta que la circundaba por sus bordes oriental y septentrional el título de “Camino de Chamberí y la Concepción” y bautizando al torrente que la atraviesa como “arroyo de Puente Tranzos” .
      Un escueto reportaje publicado en Mundo Gráfico en 1912 nos da nuevos datos, pues a los de sus entonces propietarios (Este reportaje cita escuetamente la compra de la finca “por la difunta marquesa de la Torrecilla” de quien la heredó” su hija, la condesa de Torre Arias”. “Residencias aristocráticas”, 4 de septiembre de 1912), añade interesantes fotografías de época así como una ligera descripción: “«La Quinta» es una posesión magnífica, con extenso campo, poblada de árboles y embellecida con elegante jardín. Semejante a las casas de campo inglesas, haría un papel airoso en los alrededores de Londres. Los condes de Torre Arias suelen pasar en la finca las temporadas de primavera”. “La casa, construida de ladrillo, es elegante y espaciosa. En su interior está decorada y amueblada con el arte y el buen gusto que caracteriza a sus ilustres propietarios. Es muy hermoso el salón de baile, que no tardará en inaugurarse con alguna gran fiesta”. “Muy elegante y lindo también el saloncito del piso bajo, donde los condes obsequian a sus amigos con el té. En el centro del palacio hay un espléndido patio con jardín. Cerca de la casa hay un magnífico campo de tenis, donde casi todas las tardes de primavera se juegan animadas partidas”.
      “Entre las dependencias del palacio llaman la atención la perrera, donde, por medio de la selección, ha conseguido el conde magníficos ejemplares de galgos de pura raza española; las cuadras, perfectamente montadas, con boxes para los caballos, que son un verdadero modelo; el gallinero, en el que se admirarán preciosos ejemplares de gallinas enanas del Japón, traídas por el duque de Medinaceli”; siendo la vaquería de la finca “otro modelo de organización. En la misma Suiza no se encontraría mayor perfección ni más cuidadosa higiene” .
      Al año siguiente, “La Quinta de Torre Arias” fue el escenario escogido para la petición de mano de la hija menor de los condes de Torre Arias por los de Romanones para su hijo, el conde de Velayos. Con este motivo, “las hermosas avenidas estaban iluminadas con focos eléctricos”, destacando en el fondo del jardín “la elegante casa, cuyas estancias estaban abiertas e iluminadas”; mientras que “el comedor, decorado con bellas obras de arte (La importante colección artística de los condes de Torre Arias ‐suma de las heredadas de los marqueses de la Torrecilla, de los de Santa Marta, y del duque de Ciudad Real‐ contaba con importantes cuadros flamencos, de Tiépolo y de Goya, entre otros muchos), lucía adorno extraordinario de flores” .
      Nueve años más tarde, un nuevo reportaje publicado en Blanco y Negro ‐firmado por Monte‐Cristo, seudónimo del cronista Eugenio Rodríguez Ruiz de la Escalera‐, nos informa de “algunas mejoras” que “se han realizado allí por sus actuales propietarios, ente ellas la gran puerta de entrada, formada por esbeltas columnas de piedra; el alumbrado eléctrico y otras, que la han convertido en una de las más bellas residencias de los alrededores de Madrid”; debiendo señalarse la probabilidad de que dicha puerta monumental  con su reja de hierro forjado enmarcada por parejas de columnas toscanas colocadas sobre altos pedestales, y respaldadas por grandes pilares graníticos que comparten un entablamento común sobre el que descansan sendas piñas‐ provenga de alguna edificación anterior, pues su diseño neoclásico romántico –tan semejante al de la puerta del Casino de la Reina construida por Antonio López Aguado en 1818 permite fechar su ejecución en la primera mitad del siglo XIX.
      También “se instalaron en sus espléndidos jardines los courts del tennis, sport indispensable a la juventud aristocrática de nuestro tiempo; (y) se colocó el juego del croquet, grato a las personas mayores”, y se siguió mejorando “la parte práctica”, pues el VI conde de Torre Arias “en sus magníficas cuadras estableció parte de su yeguada (fig. 15), en un pabellón muy capaz instaló la lechería, en gran espacio abierto albergó las más raras especies de gallinas y aves de corral y le mereció también particular acierto y protección la perrera”. De este modo, “La Quinta de Canillejas es actualmente, no sólo una soberbia y agradable finca de recreo (…) a las mismas puertas de Madrid (…), sino una verdadera granja modelo”, en la que además se celebraban magníficas recepciones, a las que alguna vez asistieron “los reyes D. Alfonso XIII y doña Victoria Eugenia” (A título de anécdota puede referirse que fue desde una tribuna construida al efecto en la finca París de los condes de Torre Arias en el Plantío, lindante con las cercas de El Pardo, que buena parte de la nobleza madrileña admiró por vez primera a la princesa Victoria Eugenia, recién llegada a Madrid para casarse con el rey Alfonso XIII, 26 de mayo de 1913), aunque en ese año de 1922 permanecían “cerrados para toda fiesta los salones y jardines” por la reciente muerte del hijo menor de los condes, caído en la Guerra de Marruecos .
      Por esas fechas también debió producirse la cesión del terreno que ocupa la cercana Quinta de Los Molinos, que el VI conde entregó a su amigo el arquitecto alicantino César Cort Botí como pago por el diseño y la construcción del palacio familiar en la calle del General Martínez Campos (Este palacio es el que se levanta en la esquina de la calle citada con la de Fernández de la Hoz, y fue promovido por el yerno del VI conde ‐Luis de Figueroa Alonso‐Martínez, conde de Velayos‐ como casa‐ palacio para “tres familias próceres”, según diseño del citado César Cort Botí; comenzando las obras en 1922. En la actualidad es la sede de la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, creada en 2012 por la VIII condesa de Torre Arias. “Magistratura de Trabajo (Antigua casa‐palacio del conde de Velayos)”. Tres años después César Cort comenzó a construir la Quinta de Los Molinos – que amplió con sucesivas compras‐ para su propia residencia privada).
      Todavía en 1936 la propiedad pasaría a manos de Alfonso Pérez de Guzmán el Bueno Salabert, VII conde de Torre Arias tras el asesinato de su padre el 24 de julio de ese año, en los albores de la Guerra Civil. Tras la misma, son muy escasos los datos sobre la Quinta de Torre Arias, más allá de su aparición en planos como el Parcelario Urbano de Madrid de 1955, que recoge la silueta del palacio, destacando la torrecilla de la fachada y una fuente polilobulada en el patio, mientras que el corral trasero cobija un estanque semicircular. Asimismo aparecen buena parte de los estanques, invernaderos y casillas ya citados, pero sorprende la red de caminos que se abren en abanico a partir de una puerta trasera aparentemente secundaria; aunque lo más interesante con respecto al plano de 1861 es la modificación del límite suroccidental de la propiedad, cuya tapia se ha desplazado hasta el borde mismo de la carretera de Aragón–la actual calle de Alcalá‐, absorbiendo casi la antigua casilla de peones camineros, que aún se conserva  (La aparición en este plano se justifica desde la absorción del antiguo pueblo de Canillejas por la capital en 1949).
      Una nueva fuente de información, las fotografías aéreas , se limitan a mostrar lo ya consignado, sin apenas cambios en lo arquitectónico pero sí en la ordenación de los cultivos, que desde 1946 a 2001 muestran la progresiva pérdida de las trazas históricas consignadas en el plano de 1861 antes citado, con la desaparición de la mayoría de las calles arboladas que dividían las tierras del sector meridional de la propiedad –al sur del arroyo‐ en una cuadrícula de huertas y plantíos.
      Por desgracia, durante todo este periodo la propiedad permaneció cerrada a toda persona ajena a la familia condal, hasta el punto de impedir los “estudios arquitectónicos, ecológicos agrónomos y medioambientales”, como señala el tantas veces citado Lasso de la Vega, cuyas gestiones para poder visitarla fueron siempre infructuosas ‐“aun demostrando previamente el conocimiento que sobre la misma se tenía y el interés puramente histórico”‐. Y de modo paradójico, es este cierre el que nos impide conocer más pormenorizadamente la evolución del lugar y sus edificios precisamente en el momento más cercano a la actualidad, cuando debíamos tener más información.

 6- Tierno Galván y el acuerdo de cesión gratuita obligatoria
     En 1978 Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno Seebacher heredó de su padre el título de VIII condesa de Torre Arias y la propiedad de la Quinta de Canillejas, ya conocida como Torre Arias hasta el punto de recibir ese nombre la estación de Metro que desemboca en su puerta principal. En este  momento es “la única gran finca del término municipal de Madrid que guarda todavía su doble carácter, particular y residencial, unido a su inestimable antigüedad”, pues fue creada “al poco de asentarse aquí la Corte”.
     Afortunadamente, un convenio promovido en 1985 entre el Ayuntamiento de Madrid durante la alcaldía de Enrique Tierno Galván y los condes de Torre Arias estableció que la Quinta de Canillejas pasase a propiedad municipal como cesión gratuita obligatoria a cambio de los aprovechamientos concedidos sobre más de 170.000 m2 de suelo perteneciente a los condes, que se recalificaron como urbanizables en el Plan General de Urbanismo,  que le reportaron alrededor de 500 millones de las antiguas pesetas de ese año, aunque el acuerdo no se firmó hasta el 30 de julio de 1986, con la condición de suspender la entrega de la Quinta hasta el deceso de los condes, que la seguían habitando.
     Fallecido el conde en 2003, y la VIII condesa de Torre Arias el 1 de octubre de 2012, se puso por fin en marcha el convenio acordado con el Ayuntamiento; pero aunque la finca ya figuraba inscrita y registrada a su nombre, se buscó un acuerdo con la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, que lleva el nombre de la difunta condesa y que se encargaba supuestamente de mantener el palacio y sus jardines en perfecto estado y que no cumplió; previéndose ya en febrero de 2013 su próxima apertura al público, pues en el convenio se imponía la condición de que el espacio se empleara como parque público y para servicios a la ciudad, aunque en un primer momento la Fundación solicitó seguir usando “la finca para fines culturales” a cambio de costear su mantenimiento. Sin embargo, ante la posible falta de seguridad para los paseantes ‐por el mal estado de conservación de los jardines ‐ la apertura prevista se vino retrasando, y un año después todavía la Quinta de Torre Arias no  recibió más que contadas visitas de responsables municipales, sin hacer ningún tipo de actuación.
     Aun así, las imágenes aportadas por la prensa y los afortunados visitantes han permitido apreciar el inmenso valor del conjunto, pues además de una extraordinaria vegetación con algunos ejemplares excepcionales de cedros y almendros centenarios, e incluso una encina a la que se calculan 400 años de Antigüedad  hay que citar la presencia de numerosas construcciones singulares de uso agrícola, como invernaderos  puentes que cruzan el arroyo, un lavadero, estanques y norias, casillas de empleados, el matadero.
     Las construcciones decorativas del jardín incluyen fuentes y elementos ornamentales, un pabellón y un cenador. Pero la pieza más destacada es sin duda el conjunto formado por la casa de labor y el propio palacio anejo, cuyo interior merece una consideración aparte.

7- Y nace la Plataforma
     A principios de 2014 el Ayuntamiento de Ana Botella pretende aprobar un plan especial sobre Torre Arias y que es contestado por Las representantes de PSOE e IU,  Carmen Sánchez  Carazo y Raquel López en los plenos municipales.
     En febrero de 2014 Raquel López concejala del Ayuntamiento de Madrid por Izquierda Unida informa a la AAVV de la intención del Ayuntamiento de Madrid de privatizar la Quinta de Torre Arias para cederla a la Universidad de Navarra, que no es otra que el Opus Dei. En ese instante los integrantes toman la decisión de convocar a los vecinos y vecinas del Distrito a asistir a una asamblea abierta informativa con el fin de tomar decisiones al respecto. 
     Se toma la decisión de hacer la  1ª Convocatoria el martes 25 de febrero a las 19,30 h en A.V. Amistad de Canillejas. En esta convocatoria asisten unas 60 personas. Allí se toma la determinación de  organizarse activamente para afrontar la situación. Y es en este momento en el cual empieza a gestarse  una plataforma en defensa de la Quinta, constituida con el apoyo de los partidos políticos PSOE e IU, sindicato CCOO, diversas asociaciones vecinales,  entidades ciudadanas y sobre todo por vecinos y vecinas del distrito de forma desinteresada.
     Y La Plataforma Vecinal Quinta de Torre Arias (25 de Febrero) nace a partir de aquí con el único fin de intentar parar la privatización de un Espacio como Torre Arias que es de propiedad pública.
Una de las decisiones es elaborar un comunicado que recoja el sentir de la asamblea. Se convoca a una próxima reunión para establecer los pasos a seguir.
     En esta 2ª Convocatoria 5 de marzo se constituye la Plataforma Vecinal Quinta de Torre Arias. Asisten Concejales de PSOE e IU, Sindicato CCOO, Asociaciones de Vecinxs Las Musas, Las Rosas, Plataforma Vecinal San Blas, Amistad de Canillejas, AP 15 M San Blas-Canillejas, y algunxs vecinxs de modo individual pero participativo.
Se acuerda:
-          tratar de hacerse con la documentación de la cesión de la finca al Ayuntamiento
-          informar en el Pleno Alternativo de la constitución de la Plataforma
-          dar a conocer a la opinión pública el comunicado elaborado
-          convocar una concentración lúdico-festiva y asamblea abierta el día 30 de marzo a las 12 h. en el parque aledaño
     El 30 de marzo se convoca la primera concentración y se comunica que los últimos domingos de cada mes volveremos a concentrarnos.
     Más adelante en otra convocatoria de reunión de la Plataforma a principios de Junio del 2014 se integra oficialmente a la misma una representación de Podemos que habían estado apoyando a la plataforma individualmente los meses anteriores.
     El 29 de Mayo de 2014 el Ayuntamiento dirigido por el Partido Popular pretende asignar jardines y palacio aprobando un plan especial‐que históricamente siempre han constituido un conjunto unitario, como ya se ha visto‐ a distintos departamentos; entregando aquéllos al Área de Medio Ambiente, y éste a la Dirección General de Patrimonio. Como resultado de esta escisión se plantea la posibilidad de llegar a un acuerdo con una entidad privada ( Universidad de Navarra perteneciente a Opus Dei) para cederle el uso del edificio principal a cambio de su rehabilitación y mantenimiento, lo que implicaría segregar la casa de recreo y de labor del jardín que la circunda y que le da sentido, incluso físicamente, pues es difícil concebir el funcionamiento de la institución universitaria sin entrada de vehículos propia ni control de accesos y la presumible ejecución y construcción de un edificio anexo al palacio con la consiguiente demolición de varias construcciones  históricas de la Quinta.
     Dado que la Quinta está calificada en el Plan General de Ordenación Urbana de Madrid vigente de 1997 con uso dotacional en su clase de Zona Verde singular,  específico Parque Urbano, e incluida en el Catálogo de Parques y Jardines de Interés con Nivel 1 de Protección, pero las edificaciones dispersas por el parque estaban sin ordenar desde el punto de vista del planeamiento, se planteó la necesidad de elaborar un Plan Especial para proteger los elementos singulares comprendidos en el ámbito, incluyéndolos en el Catálogo de Edificios Protegidos. Sorprendentemente, este Plan Especial ‐que el 26 de mayo de 2014 recibió un informe jurídico favorable por el Servicio Jurídico Administrativo de la Dirección General de Planeamiento del Área de Gobierno de Urbanismo y Vivienda del Ayuntamiento (ANEXO 4), siendo aprobado inicialmente tres días después‐ otorga Nivel 1 grado Singular sólo a la caseta de la entrada y al edificio del palacio con sus caballerizas, aunque de modo insólito se autoriza “la modificación de algunos huecos de fachada de la parte recayente al patio del cuerpo adosado al edificio principal, así como en la fachada exterior norte y oeste de las caballerizas”; “dejando sin protección el resto de las edificaciones, por considerar que carecen de valores” a pesar de su probada antigüedad y su relevancia en la configuración del doble papel de la Quinta de Torre Arias como casa de recreo de sus propietarios y finca agropecuaria.
     Paradójicamente después se especifica el “reconocimiento, valoración y protección del resto de elementos singulares existentes (puentes, fuentes, estanques, etc.) que contiene la finca incorporando unas condiciones de restricción que se asimilan a las del Plan General, como un catálogo de elementos singulares”.
     Uno de los procesos legales ante un plan especial como este es la presentación de alegaciones  ante el ayuntamiento del PP liderado por la “inigualable” Ana Botella, con lo que desde la Plataforma se anima a hacerlas individualmente para presentarla antes del 3 de Julio. Pueden presentarse personalmente o llevarlas a la A. V. Amistad de Canillejas un día antes de esa fecha. El total de las mismas alcanzó unas 1500 alegaciones.
     Madrid Ciudadanía y Patrimonio toma la decisión de presentar con fecha de 7 de Julio de 2014 una solicitud de declaración de la Quinta como Bien de Interés Cultural ante la Comunidad de Madrid.
     En el Pleno del Ayuntamiento del Miércoles 30 de Julio el PP aprueba con los votos que le otorga su mayoría absoluta el Plan Especial para Torre Arias.
     Ante lo delicado de la situación, en vista de que el Partido Popular sigue con su decisión de privatizar Torre Arias entregándosela a la Universidad de Navarra perteneciente al Opus Dei, surge la propuesta de presentar un Recurso Judicial con la intención de paralizar los planes del Ayuntamiento contra un bien colectivo como es la Quinta de Torre Arias. Las reticencias de la mayoría de colectivos es grande por su viabilidad ante lo que eso supone económicamente, ya que ese es el último camino que queda. Los representantes de Podemos que habian recibido respuesta del ayuntamiento a sus alegaciones con el respaldo de su círculo deciden seguir adelante con el recurso judicial, lo que no es necesario ya que se suman otro compañero de la Plataforma(5 personas en total), La asociación de Vecinos Amistad de Canillejas y la FRAVM(Federacion Regional de Asociacioines de Vecinos)
     El coste del recurso al ser muy elevado (de 3.000 a 4.000 euros) “gracias” a la subida de tasas judiciales aprobada por el ministro Alberto Ruiz-Gallardón (PP) preocupa a la mayoría de colectivos, pero como todos ya sabéis, (y si no ya os lo digo yo) gracias a la solidaridad de los y las vecinas aportando pequeñas cantidades económicas en las concentraciones y convocatorias y con la venta de nuestras bonitas camisetas reivindicativas se va recaudando lo suficiente para ir pagando los tramites de los cuales se encargara el abogado Raúl Maíllo sugerido por la FRAVM, el cual interpone un Recurso Contencioso-Administrativo acompañado de la solicitud de medidas cautelares el 22 de Octubre de 2014, último día de plazo.
    Mientras tanto en reuniones anteriores habíamos decidido convocar una  gran manifestación que recorriera las principales calles de Canillejas y terminase en la mismísima puerta de la Quinta el Domingo día 26 de Octubre, la cual es todo un éxito de participación ciudadana superando el millar de asistentes y con la actuación de él Guiñol del 15M representando la obra sobre Torre Arias.

    También destacar, gracias a la presión ciudadana con sus movilizaciones la renuncia y retirada de la Universidad de Navarra (Opus Dei) en aquellos días, aunque imaginábamos que podía ser una retirada provisional.
     Como no podía ser de otra manera el Juzgado admite a trámite las medidas cautelares propuestas por la Plataforma Q.T.R. representada por el abogado Raúl Maíllo pues obviaba todo tipo de estudio que requiere un entorno como este y a las cuales como no, se opone el Ayuntamiento del PP.
     El PP perdia el juicio con la consiguiente apelación. Mientras tanto también perdían la Alcaldia ante Ahora Madrid con el apoyo del PSOE. Decir que el siguiente  gobierno municipal asumió el recurso a la espera de la sentencia definitiva del vergonzoso plan especial.
     A día de hoy 1 de febrero de 2017, estamos a la espera del nuevo plan especial que según noticias será más conservacionístas y participativo, todo lo contrario que el anterior. Aun así tenemos como es obvio cierto recelo tras todo lo acontecido y seguimos aportando nuestras ideas y las que nos llegan, en materia patrimonial, medio ambiental y agroecológico. En su día y a petición de la nueva Concejala  Presidenta Marta Gómez Lahóz le hicimos entrega de las propuestas de usos de la Quinta recogidas de los vecinos y vecinas del distrito a lo largo de nuestra existencia y en la que tenemos puestas muchas esperanzas. 

8.- Conclusión:
      Plan especial del PP:
     De haberse aprobado el Plan Especial propuesto por el PP, la Quinta de Torre Arias sufriría numerosas afecciones negativas.
‐ Proponía segregar el palacio de recreo con sus construcciones auxiliares del parque ajardinado y dela finca agrícola que les dan sentido, al plantear destinarlo a uso docente a cargo de una entidad privada; dificultando la comprensión de las características singulares de una quinta con uso mixto como casa de recreo y de explotación agropecuaria –tan importantes para definir la imagen histórica de Torre Arias‐, e impidiendo simultáneamente al pueblo madrileño el uso y disfrute del principal edificio de la posesión.
‐ Autorizaba e imponía el derribo de valiosas construcciones auxiliares –vaquería, matadero, perrera, casa de jardineros‐ de singular importancia histórica para entender el funcionamiento tradicional de una quinta de las características de Torre Arias, sólo con el fin de trasvasar su edificabilidad a una nueva construcción proyectada por la entidad particular que planteó una consulta a la Comisión Local de Patrimonio; incumpliendo así absolutamente el objetivo declarado de los Planes Especiales como instrumentos de protección con los que se “persigue específicamente la conservación y valoración del patrimonio histórico y artístico”, nunca su demolición.
‐ Implanta una nueva edificación de dos plantas y sótano adosada a la fachada oriental del antiguo pabellón de caballerizas anejo al palacio, alterando un conjunto cuyo valor histórico‐artístico paradójicamente reconoce el propio Plan Especial al otorgarle Protección Nivel 1 grado Singular. Esta construcción no sólo desfiguraría la imagen arquitectónica de un elemento de reconocida importancia sino que alteraría la traza del parque circundante al ocupar el lugar del antiguo viñedo.
‐ Faculta un régimen de obras que ampara, de modo insólito, “la modificación de algunos huecos” de las fachadas exteriores y al patio del cuerpo de caballerizas, al que –como se ha dicho en el punto anterior‐ el propio Plan Especial otorga una Protección Nivel 1 grado Singular incompatible con las reformas propuestas, que alterarían su imagen histórica.
‐ Proyecta la construcción de un estacionamiento ‐con un mínimo de 106 plazas‐ en una parcela municipal aneja, sólo con el fin de atender a las necesidades de aparcamiento de la institución particular a la que se pretende entregar el palacio.
 Frente a esta propuesta inasumible, se propone:
‐ Garantizar la apertura a todos los ciudadanos del palacio con sus construcciones auxiliares anexas, destinándolo preferentemente a dotación cultural de libre acceso, de modo que se mantenga para los usuarios la relación existente entre este edificio y el jardín circundante, facilitando la comprensión de las características singulares de una quinta de uso mixto lúdico‐agrario como Torre Arias.
- Conservar y consolidar todas las construcciones auxiliares históricas supervivientes, identificándolas y poniéndolas en valor con el fin de facilitar a los visitantes la comprensión del antiguo funcionamiento de la quinta, que sólo puede entenderse desde su distribución espacial y funcional; incluso poniendo en uso aquéllas que puedan compatibilizarse con el uso recreativo del parque por los vecinos del barrio: norias y estanques, invernaderos, viveros, huertas de frutales, viñedos, olivar, plantíos, huertos, etc., estudiando la posibilidad de recuperar –sólo con fines didácticos‐ instalaciones como la vaquería y los gallineros.
‐ Demoler estrictamente aquellas edificaciones sin valor histórico ni artístico, como algunas casetas modernas o la casa nueva al Este del palacio, cuya construcción nunca debería haberse permitido en una finca incluida en el Catálogo de Parques y Jardines de Interés con Nivel 1 de Protección; planteándose incluso una posible renuncia a su edificabilidad (en torno a 300 m2), si no se encuentra un nuevo uso y ubicación compatibles con los valores arquitectónicos y paisajistas del lugar.
‐ Renunciar definitivamente a la ampliación del palacio y sus construcciones auxiliares, por tratarse de la pieza arquitectónica más valiosa del conjunto, que sólo puede ser objeto de restauración, con las obligadas concesiones para garantizar su adaptación a las normativas actuales de evacuación y seguridad, pero procurando evitar alteraciones que dificulten la comprensión de su complejo funcionamiento original como casa de recreo de los propietarios, vivienda habitual de sus criados y núcleo funcional de una explotación agropecuaria.
‐ Reducir la capacidad del estacionamiento para adaptarlo a las estrictas necesidades del uso previsto del palacio, con las imprescindibles plazas de aparcamiento para discapacitados; dedicando a parque público el solar municipal anejo al límite septentrional de la Quinta para garantizar un entorno adecuado a los valores de la misma, evitando el efecto barrera y   la   alteración paisajística que provocaría destinarlo a edificaciones de cualquier tipo, dado el carácter excepcional de la posesión‐ debería plantearse la conservación, consolidación y rehabilitación de los diversos ámbitos en que se materializaba el concepto fisiocrático de una finca concebida casi a modo de granja modelo, con su palacio de recreo rodeado de jardines, su vaquería para ganado selecto, su gallinero de aves exóticas, o su perrera para crianza de galgos, sin olvidar instalaciones prácticas como el matadero, graneros, pajares y establos.
   Igualmente el parque debería recuperar la combinación de zonas de paseo plantadas con árboles de adorno, con áreas de cultivo divididas en tranzones mediante calles rectilíneas arboladas, viñedos plantados en hileras, huertas de frutales, y plantíos de olivares. Este planteamiento no sólo ofrecería la mayor variedad a los paseantes que recorriesen la propiedad, sino que sería de gran valor didáctico e interés ecológico; uniendo al patrimonio material conservado, el inmaterial expresado en la recuperación de prácticas y técnicas tradicionales de labranza y explotación del territorio hoy ya casi olvidadas.

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